El Dossier

🎄🎄 ¡Feliz navidad! ¡gasten y compren mucho! 🎄🎄

martes, 2 de diciembre de 2025

Los muchos colores que representan a Alejany 🟠🔴⚫

Como ya todos debemos saber, los colores son algo más que importante para dar vida a algo en especifico, sin ellos no tendrían chiste y no atraerían al público. Es por eso que muchos recurren a los colores alegres para que cierta cosa tenga más atención y así gane algo de fama por lo curioso que puede llegar a ser, una estrategia que casi siempre funciona.

Estoy diciendo esto porque el ejemplo que mencionaré el día de hoy aplica también con la querida reina del caos Ale, la cual ha realizado una llamativa paleta de colores para su atuendo característico.

Desde que he conocido a esta artista pude notar que el naranja es el color principal de todos los dibujos, todos los que hemos visto su galería lo hemos notado mejor dicho. En mi caso me parece bonito que esos colores representen muy bien todo su arte, después de todo el naranja representa diversión, juventud, innovación, entre otras cosas más.

El día de hoy haremos un repaso por una serie de imágenes, o más bien una imagen con sus variantes de muchos colores. Es una idea sencilla pero que funciona para dejar ver lo bien que le queda a Ale otros colores además de los tonos naranjas.

Honestamente creo que hice algo bueno con crear una categoría para ella en el blog, siendo la segunda vez que hago esto con alguien que admiro mucho. Tengan por seguro que será una categoría con varios blogs, los tres que he publicado este año son solo la punta del iceberg.

Lo mejor sería ir de una vez con los colores, hay un poco de varias paletas de colores tan interesantes que encajan con Ale.

. . .

Ya dije que el color naranja es el principal en el arte de Ale, y esta imagen es un buen ejemplo de todo esto. Podría decir que esta versión es la ‟Ale Solar”, la edición básica de esta chica.

Los rasgos más notorios saltan a la vista. El atuendo tan conocido de Ale sigue presente, con esa sudadera naranja de manga larga, una falda negra, medias naranjas con líneas negras, una bufanda roja y la característica coronita. Pero de todos esos rasgos notorios, hay que hacer mención de los que están al descubierto, ya que muestra un par de muslos gruesos y blandos, eso también aplica con la sudadera, ya que deja ver ese delgado abdomen y un pequeño ombligo tan curioso. Todo lo demás hace de la imagen en una pieza de arte: pose heroica, cabello ondeando, una guadaña exageradamente grande y la corona flotando encima.

Es una buena representación de la reina del caos, todos los colores que la hacen resaltar de otras causantes del caos ayudan con eso y hacerla ver una autentica reina. La vestimenta también ayuda con eso al darle una buena imagen a todo esto, sobre todo al enseñar sus mejores partes, todo está bien para ella.

¿Qué hay de la guadaña? se trata del arma básica de Ale, que es capaz de provocar el llamado ‟fuego del caos”, lo consume todo. Y claro, cuando se trata de métodos de combate se los toma a la ligera, es decir que todo eso lo ve como si fuera un hack n' slash y no le toma tanto tiempo deshacerse de los peligros. Hacer eso deja como resultado que se muevan bien la bufanda y la coronita, con esta última regresando a su sitio y sale volando lejos.

A la versión original la llamo Ale Solar porque (además de los colores) vamos, eso encaja bien para alguien que es buena en dar cosas tan interesantes como el fuego y las explosiones, lo necesario para llamar la atención. Además, llegaría a ser curioso que, en medio de una situación que se salió de control, ella aparezca y cause un mayor destrozo de lo que ya estaba; en el mejor de los casos podría ser tu amiga, si es que le ofrece uno que otro dulce.

Combina muy bien las muchas cualidades que hay en Ale y deja ver en definitiva que es toda una reina del caos. Al público le gusta la energía y el color.

Y sí, ese color no es el único que representa muy bien a Ale.
La variante roja de Ale también tiene sus cosas buenas. La primera esta en que todo lo que mencioné sobre ella luce mejor que en el diseño original, la bufanda y la coronita siguen siendo los detalles más relevantes de ese recolor, aunque bueno... la bufanda sigue siendo roja. Otros elementos tales como los tonos oscuros siguen siendo lo mejor, eso también está presente en cómo se lucen los muslos y el vientre, que a decir verdad se ven mejor en esa variante roja de Ale. El rojo ayuda mucho a logar dar una buena vista a esas dos partes.

Algunas diferencias son notables, o eso es lo que pienso yo. La más interesante es que el fuego del caos pasaría de ser naranja a un rojo intenso, siendo una versión más peligrosa de ese fuego. Otra diferencia sería que, al provocar una explosión, éstas serían el doble de devastadoras que antes, sobre todo cuando las hace sin previo aviso. Una vez casi destruye el Monte Rushmore y el río Colorado con ese fuego rojizo y las explosiones.

Esta versión la he bautizado como ‟Ale Eclipse” ya que todo ese poder solo aparecerá cuando haya una noche con luna roja. Sabrán que ella obtuvo esa mejora cuando encuentren un circulo de fuego rojo o una línea hecha por la guadaña. Será un poco difícil verla ya que el cabello es tan oscuro como la noche misma y el rojo de su ropa es tan intenso como la sangre.

Si de algo puedo estar de acuerdo con esta versión de Ale es que se ve mejor para ser una representación de la reina del caos. El rojo deja ver que todo lo que tiene puede llegar a ser un verdadero peligro si no se controla, aunque todos podemos confiar en Ale sobre estas situaciones, casi.

De todos modos, esa versión de ella me parece mejor que la original siendo sincera, le añade más misticismo y peligrosidad a todo lo que es Ale.

Estas dos variantes me hacen recordar a esas calcomanías que solían pegarse en las ventanas. Digo esto porque tenía uno en mi primera casa y porque he visto también algunos en internet, y se me hace curioso que me haya llegado esa similitud con esas variantes.

De hecho, sería interesante que alguien se tome la molestia de hacer estas versiones en eso: unas curiosas calcomanías para decorar las ventanas. Aunque eso sí, solo se podrán ver desde adentro a menos que decidan ponerlas afuera para que así la gente la observe por unos segundos.

Es una idea un tanto extraña, pero podría funcionar si uno se lo propone. Debería pensar mejor en eso.

En fin, sigamos con los colores.
Esta versión la llamo ‟ArticAle”, y creo que está de más decir porqué, lo que sí debo mencionar es en las diferencias que tendría con la original. Alguien debía probar con tonos fríos, algo más... elegante y místico.

El más evidente de todos es que, en lugar del fuego del caos, tendría algo llamado ‟fuego agónico”. Este fuego en lugar de quemar congela todo lo que atrapa, y no daría tanta luz como el fuego normal, el calor intenso no sería capaz de apagar ese fuego frío si se llegan a topar. Podrían suceder dos cosas, o acaba con todas las personas con las que se cruce o directamente los congela (cosa que efectivamente hace) en medio de un combate.

Las explosiones también tendrían sus diferencias. Una bastaría para congelarlo todo dependiendo del radio de la explosión, muy posiblemente los enemigos terminen hechos estatuas de hielo puro. Algunas veces podría provocar una fuerte niebla que será una enorme ventaja para los siguientes ataques.

La guadaña también tendría sus ventajas. Si tiene el suficiente poder es capaz de provocar una intensa tormenta de nieve en lugar de unas llamaradas, con granizo incluido. Lo más peligroso lo mostraría en zonas más elevadas, capaz de desatar una avalancha con solo mover el arma, o puede llegar a convertir todo eso en icebergs si quiere algo más intenso. Con solo tocar el agua con la punta de la guadaña ya puede congelar un río o un lago.

Del diseño no puedo decir mucho ya que los tonos pudieron haber mejorado un poco, es decir que tanto al azul como al blanco le hubieran dado un tono más claro llegando a verse como hielo. Aunque eso sí, la bufanda, la coronita y la guadaña se ven bastante bien.

Como pequeño resumen diré que esta versión da una buena variante a la reina del caos, o en este caos la reina del caos congelante. Representa bien lo que podría ser ella si fuera lo contrario al fuego, dejando como resultado una Ale tan fría como las tormentas de nieve.
Esta de aquí la llamo ‟VaciAle” por una sencilla razón: los poderes se resumen en el vacío. Luce más como una reina del inframundo que como nuestra amiga de siempre, lo cual está bien.

Todo eso del vacío en Ale va así. El fuego del caos sigue presente, pero además de quemar todo lo que toca, hay posibilidad de que se lleve a las victimas intactas a un lugar del cual no tengo registro, las cámaras se derriten con el fuego claro está. Además, este fuego se expandiría más rápido que el normal, llenando en segundos un área pequeña con ese fuego violáceo.

Algo parecido ocurriría con las explosiones. Provocar una puede absorber a todas las personas que se encuentren cerca, o en el peor de los casos se puede crear un pequeño agujero negro que lo absorbe todo. Al hacer esto daría como resultado otra explosión, y toda el área quedaría envuelto en llamas, solo que estas ya no absorberían cosas.

El poder que tendría la guadaña también sería diferente. En lugar de lanzar llamaradas lanzaría ráfagas de oscuridad, desintegrando o absorbiendo todo lo que toca. También podría utilizar esa oscuridad para protegerse, convocar seres de otras dimensiones o crear cosas que le serían de ayuda como manos de sombras, o grietas a otros mundos donde otros pueden estar a salvo. Hay muchas posibilidades con esta versión.

Los colores son también otro punto bueno en esta versión de Ale. Los tonos morados y negros que hay en su vestimenta encajan bien con la descripción que les he dado, y lo mismo puedo decir que en la anterior, la bufanda, la coronita y la guadaña se ven bastante bien en esa versión de Ale. Al igual que en la Ale Eclipse, los colores hacen ver muy bien sus muslos y su vientre, es lo que más me gusta de esa versión.

Para terminar, todo lo que representa esta versión de la reina del caos es interesante por el cambio que tiene con los poderes, pasando a ser ahora la reina del vacío en esta versión sombría. Cualquiera que se la tope tendrá que pensarlo dos veces antes de hacer algo o acabará en otra dimensión... o algo peor.
Estas dos imágenes son una versión curiosa de Ale la cual llamo ‟Inverti Ale”, y ese nombre se lo he dado por los poderes que podría tener esa versión, ambas variantes serían totalmente diferentes.

Con la primera imagen tenemos que esta Ale es lo contrario a lo que es la original. Le gusta el caos, sí, pero también puede llegar a reparar cualquier daño a una velocidad tremenda, y para eso está su guadaña que sirve como un catalizador de todo el poder que tiene Ale (incluso mejor que en las otras versiones). No crea un fuego del caos, en su lugar crea una especie de escudo que rodea el objeto destruido hasta ser reparado, la velocidad dependerá de lo grave que sea el daño, entre más grande más tiempo va a tardar.

Las explosiones que provocaría serían menos potentes que las otras versiones. Al ser alguien que se dedica a reparar daños, las explosiones serían algo más controlado para no causar problemas innecesarios. Son explosiones de nivel industrial en pocas palabras.

La guadaña no tendría un poder especial como en las otras más allá de catalizar todo el poder de Ale. Pese a esta desventaja, todavía está presente que ella sepa utilizarlo de una buena manera cuando se trata de pelear.

En la otra versión de esta Ale hay cosas igual de interesantes. Para empezar, cuando está presente todo a su alrededor pasa a ser puro blanco y negro, absolutamente todo. En esta versión Ale tiene control de todo, puede manejar la realidad a su modo; puede cambiar edificios de lugar, remplazar una calle con un bosque por completo, borrar personas de la realidad, evitar algunas tragedias, y muchas cosas más. Aunque eso sí, no puede cambiar el tiempo.

Sus explosiones están ausentes en esa versión. Sólo las puede provocar si cuenta con lo necesario como petardos, pero hacerlo con su poder, no.

Lo mismo pasa con la guadaña. No puede dañar a nadie en esa versión a menos que ella lo decida, pero se debe tomar en cuenta que esa versión de Ale no suele prestar tanta atención a lo que pasa a su alrededor, por lo que es poco probable que se enoje.

Con los colores también hay cosas que mencionar. La primera me hace recordar a un cuento que solía leer hace tiempo por los tonos grises que tiene, aunque con lo otro se queda corto en comparación con las versiones anteriores. La otra mejora un poco, el tono blanco y negro le da un toque especial, y con la descripción que dejé la hace aun más interesante.

En fin, esta Ale es una verdadera curiosidad por todo lo que es, lo contrario a esa reina del caos que todos conocemos, y los colores dejan ver que tiene mucho que mostrar. En lugar de ser la reina del caos es la reina del arreglo y la realidad invertida. Esta de gris simboliza control y calma, y la blanco y negro simboliza fuerza y elegancia.
Para terminar tenemos esta figura de la Ale Solar, una figura que muchos de ustedes podrían tener en caso de que sea algo real.

Por si se lo están preguntando, sip, los brazos se pueden estirar y la guadaña y la coronita se pueden quitar y volver a colocar en la figura, y los muslos y vientre tienen una textura mucho más suave que el resto de la figura.

No hay mucho que contar con respeto a ella, es una recreación de la primera imagen que han visto de la lista pero con cuerpo completo. Deja ver todo lo bueno que he mencionado, y todo lo que dije sobre esa versión de Ale entraría como descripción del empaque de la figura.

Y es que vamos, todos pondríamos esta figura de la reina del caos en una repisa o un escritorio para que pueda ver todo lo que hay en nuestros cuartos, una bonita vista que podrá ver cuando llegue. Pero repito, solo si la figura fuera una real.

En el mejor de los casos sería interesante hacer un set con esta figura y todas las versiones de Ale que mencioné como cartas coleccionables. Un trabajo así es lo que nos hace falta para demostrar que adoramos tanto a la reina del caos.

. . .


En conclusión, todas las versiones de Ale tienen algo que las hacen tan diferentes de las otras, creando así unos cuantos universos alternos donde ella es algo más que la reina del caos. Hay mucho que contar con estas variantes.

De lo que también puedo estar de acuerdo es que estas versiones de ella son uno de los mejores trabajos que ha hecho mi amiga en este año, no tiene nada que envidiarle al resto de imágenes que ha hecho a lo largo de su trayectoria.

No cabe duda de que se puede contar mucho con todas estas versiones de la reina, creando así un universo lleno de posibilidades con cada una y sus poderes tan únicos.

{🌺🍀🔷«❉||• •||❉»🔷🍀🌺}


Es así como llegamos al final del artículo, y de una vez les avisó que este será el más corto de este último mes para ser el primero, los que siguen serán mucho más largos. Creo que dos de ellos serán los artículos más largos de todo el blog, y valió la pena esforzarme tanto.

Como sea, estaré preparándome para lo último que saldrá este mes al tener ya la lista fija. Además, debo terminar el cuarto capítulo del fanfic de la máscara ahora que estamos más cerca de la final, y por ende quiero priorizar el siguiente capítulo. Y no se preocupen casi todos los artículos ya tienen fecha programada, así no tendré que hacerme bolas con el tiempo y todo eso.

De esta manera se los agradezco. Espero y pasen un buen día, sigan las redes de mi amiga Alejany, preparen todo para las fiestas de diciembre, y yo me despido. Ahí se ven mi gente.

Recuerden que pueden comentar y dar su opinión de este articulo para continuar con cosas interesantes como esta, también puedes compartir tus ideas en los comentarios, cualquier sugerencia será aceptada de mi parte.

Si quieres mandar tu idea al blog puedes hacerlo en mis redes sociales para darle una revisada y confirmar su aceptación, se dará el crédito al autor.

🎄De antemano les agradezco por sus vistas en el Blog🎄
🎅¡Que tengan una feliz navidad, y un prospero año nuevo!🎅

domingo, 30 de noviembre de 2025

Tres pasos importantes | 🌸𝓤𝓷𝓪 𝓥𝓮𝔃 𝓮𝓷 𝓣𝓾 𝓥𝓲𝓭𝓪🌸 - Capítulo 3

Esa niña se encontraba dibujando en el suelo con una rama, formando trazos de un lado a otro hasta crear un dibujo en el suelo, parecía ser su amiga la criatura. La criatura dejó la presa que había cazado a un lado, observando el suelo con curiosidad. La pequeña la miraba con una sonrisa que no necesitaba palabras y señalaba su dibujo con la rama.

Eres tú

La criatura se agachó, inclinando la cabeza como si quisiera entenderlo mejor. El dibujo era tosco, apenas unas líneas torcidas y un par de orejas grandes, pero había algo en él que la hizo detenerse: por primera vez, alguien la había mirado con intención. No como parte del bosque, sino como algo propio, digno de ser recordado. La pequeña soltó una pequeña risa y siguió trazando líneas. Dibujó también el peluche a su lado, y luego, un sol arriba de ambas. Su amiga no sabía qué hacer, solo observaba fascinada cómo aquella pequeña convertía un pedazo de tierra en un espejo donde ambas existían.

Entonces, tomó una ramita con delicadeza entre sus garras y trazó una línea al lado del dibujo. La otra la miró sorprendida.

—¿Tú también dibujas? —preguntó con una voz llena de asombro.

No hubo respuesta. Solo un leve movimiento de cola, un gesto casi imperceptible pero bastaba. Era su forma de decir sí. Por primera vez, ambas creaban algo juntas. Y entre líneas torcidas, risas y polvo en los dedos, el bosque empezó a reconocerlas como una sola historia.

La pequeña caminaba detrás de su amiga, observando atentamente cada movimiento que hacía. Le fascinaba la manera en que su amiga mantenía una postura similar a la de los otros animales, el equilibrio en su andar, y cómo usaba las manos como las patas delanteras para moverse mejor en el suelo como lo ha hecho siempre. La niña trató de imitarla graciosamente.

Puso las manos en el suelo, estiró las piernas hacia los lados y dio unos pasos torpes sobre la hierba húmeda. El intento duró apenas unos segundos antes de perder el equilibrio y caer acostada con una risita. La otra volteó al oír el ruido, y al verla en el suelo ladeó la cabeza, curiosa.

—Estoy practicando —dijo mientras se levantaba con esfuerzo— Quiero caminar como tú.

No entendía todas las palabras, pero algo en el tono de su voz la hizo quedarse quieta. La pequeña volvió a intentarlo, más despacio esta vez. Sus pasos eran cortos, vacilantes, pero en cada uno ponía toda su voluntad. El sol atravesaba las hojas, y por un instante, la silueta de ambas se proyectó en el suelo: una figura alta y firme junto a otra pequeña que trataba de seguir su ejemplo. Ella sonrió, imaginando el día en que pudiera presentarse ante sus padres y decirles con orgullo:

—Miren, aprendí a caminar como ella.

La criatura se acercó, apoyó suavemente una garra en su hombro y la ayudó a mantener el equilibrio, en la misma postura que estaba haciendo ella y que solía hacer mientras descansaba. No dijo nada, pero ese gesto bastó para que entendiera que, aunque aún le faltaba mucho por aprender, no estaba sola en su intento.

Soltó una pequeña risa al ver lo tranquila que estaba su amiga, y entonces, pensó en que si ella le estaba enseñando a moverse como alguien del bosque podía enseñarle a moverse como lo hace ella. Su amiga la observó con atención. La niña levantó la rama y, con una mezcla de emoción y seriedad infantil, la usó como si fuera una varita con la que pudiera ordenar el mundo.

—Así, ponte así —dijo, enderezando su propia espalda y mostrando cómo debía hacerlo.

Ella, sin entender del todo, obedeció. Se levantó lentamente, recta, como lo indicaba la pequeña. Sus pies, acostumbrados a moverse con la agilidad de una criatura del bosque, se afirmaron con torpeza sobre el suelo firme. La niña sonrió y, sin soltar la rama, le ofreció su otra mano. Ella la miró con cierta duda, pero finalmente la tomó. La piel cálida y pequeña de la niña se cerró sobre la suya con una seguridad sorprendente.

—Ahora camina —dijo, dando el primer paso.

La criatura la siguió. Un paso, luego otro. Los movimientos eran lentos, casi ceremoniales. El sol del mediodía filtraba sus rayos entre los árboles, iluminando la escena como si el bosque mismo estuviera observando. La niña se reía con cada paso que daban, encantada de ver cómo su amiga la imitaba, aunque de manera torpe y rígida. La criatura, por su parte, la veía con curiosidad y cierta paz; algo en ese juego tenía sentido, como si aquella pequeña estuviera mostrándole algo que siempre había estado destinado a aprender. Al final, la pequeña bajó la rama y dijo orgullosa:

—¿Ves? ¡Así se camina como las personas!

La criatura inclinó la cabeza, sin palabras, pero con una expresión que, aunque animal, transmitía algo cercano a una sonrisa. Por primera vez en mucho tiempo, no fue ella quien enseñó algo del bosque, sino quien aprendió. Se quedó mirándola mientras la pequeña seguía riendo, orgullosa de lo que había logrado. En el fondo, no entendía por qué era tan importante caminar de esa forma, pero algo en la expresión de esa niña la hacía querer seguir intentándolo. Recordó las veces en que se había levantado así antes: para alcanzar un fruto escondido entre las ramas altas, para observar un claro desde lo alto o cuando la curiosidad la hacía querer ver más allá de los arbustos. Nunca pensó que aquella postura tuviera un propósito distinto. Ahora, sin embargo, era diferente.

La niña la miraba con tanta esperanza, con tanta confianza, que por un instante se sintió obligada a comprender. Movió una pierna hacia adelante con torpeza, tratando de imitar los pasos que le había enseñado. Sus brazos, normalmente usados para apoyarse o escalar, ahora permanecían cerca del cuerpo, balanceándose de forma extraña. La pequeña la observaba con los ojos llenos de emoción, animándola con suaves risas y gestos.

—¡Muy bien! ¡Así! —decía con entusiasmo, levantando los brazos como si estuviera celebrando algo enorme.

Se detuvo, respirando despacio. No sabía exactamente qué estaba haciendo, pero sentía algo distinto en el cuerpo. Algo que no era solo equilibrio: era como si cada paso tuviera un sentido nuevo. La niña, al verla detenerse, corrió a su lado y la tomó nuevamente de la mano, repitiendo aquella frase que empezaba a decir cada vez más seguido:

—Tú puedes, amiga.

Esa palabra, resonó en ella con una calidez que no había sentido antes. Por un momento, no se vio a sí misma como una criatura del bosque, sino como algo que estaba empezando a cambiar. Miró con calma a la pequeña mientras hablaba, sin entender del todo sus palabras, pero reconociendo en su tono una ternura que no había sentido antes. Ella, sentada frente a su amiga, sonreía ampliamente, con las manos llenas de tierra y hojas pegadas en el cabello, como si nada más en el mundo importara que ese momento. La criatura ladeó la cabeza, observando sus gestos, la forma en que movía los labios, el brillo en sus ojos. No comprendía cada sílaba, pero sí el significado que había detrás: paciencia, cariño, compañía. Entonces, bajó la mirada hacia sus propias piernas, recordando lo torpe que había sido al intentar caminar erguida. Aun así, movió una de sus manos hasta tocar la de la niña, imitando su gesto, y luego asintió lentamente, como si quisiera decirle que lo intentaría otra vez. La pequeña soltó una risita y dijo con voz suave:

—Así está bien. Vas aprendiendo, poquito a poquito.

El sonido en los labios de la niña hizo que algo dentro de ella se encendiera. No sabía qué era exactamente: tal vez la comprensión, o quizás el simple deseo de seguir aprendiendo. Y ahí, bajo la sombra de los árboles y con la luz del sol todavía filtrándose entre las hojas, las dos permanecieron un rato en silencio, compartiendo aquella paz tan sencilla y nueva. Ambas se quedaron mirando al cielo por un largo rato, con el murmullo del viento moviendo las hojas sobre ellas. Los pájaros cruzaban el aire en grupos, trazando curvas suaves entre las ramas, cantando con una libertad que ninguna de las dos podía describir. La niña, recostada sobre la hierba, levantó una mano como si quisiera tocarlos, y murmuró algo apenas audible.

—¿Crees que somos como ellos?

La criatura no respondió, pero sus ojos siguieron el vuelo de los pájaros con la misma atención. En su interior, algo se agitaba, una sensación que no conocía. Era como si comprendiera lo que la pequeña quería decir sin necesidad de palabras. Ambas parecían pensar lo mismo: que tal vez sí eran como ellos. Dos espíritus que, por alguna razón, habían coincidido en el mismo cielo, en el mismo instante, y que ahora compartían una misma libertad, una misma búsqueda. El viento sopló con suavidad, y en ese momento, la criatura levantó el rostro, dejando que su pelaje se meciera con la brisa. su pequeña amiga la imitó, cerrando los ojos y sonriendo. Por primera vez, tras el aprendizaje que hicieron, no se sintieron distintas del resto del bosque.

El bosque se fue quedando en silencio cuando los pájaros se alejaron, dejando tras de sí un eco de alas y cantos que se disolvió entre las hojas. Entonces, algo descendió suavemente desde el cielo, girando en el aire hasta posarse frente a ellas: una sola pluma blanca, tan ligera que el viento parecía jugar con ella. La pequeña la miró con asombro y la tomó con cuidado, como si sostuviera un pequeño tesoro. Se la mostró a su amiga con una sonrisa, y en ese gesto simple ambas comprendieron lo que las palabras no podían decir. No necesitaban respuestas. No necesitaban entender por qué el bosque las había unido. Eran parte de algo más grande, algo que respiraba en cada rama, en cada corriente de aire, en cada latido compartido entre la niña y la criatura. Ésta observó la pluma, y sus ojos reflejaron la luz de la tarde. Su amiga la colocó entre sus manos, como una promesa silenciosa: la de cuidar y ser cuidada, la de vivir en armonía con todo lo que las rodeaba.

Ese día, ambas aprendieron que ser parte de la naturaleza no era entenderla, sino sentirla. Y con esa certeza, siguieron su camino entre los árboles, llevando consigo la pluma como símbolo de lo que ahora las unía.

El día avanzaba entre luces suaves y risas pequeñas que se perdían entre los árboles. La pequeña había convertido su enseñanza en un juego: señalaba cosas, pronunciaba despacio, repetía palabras una y otra vez, esperando que su amiga hiciera lo mismo. Ella, con su voz áspera y curiosa, trataba de imitar los sonidos, aunque solo lograba emitir sílabas entrecortadas que hacían reír aún más a la niña. Cada intento era celebrado como si fuera un milagro, y en cierto modo lo era. La criatura no solo aprendía a hablar, aprendía a comunicarse, a conectar.

Por la tarde, continuaron con su otro ritual. La animaba a ponerse de pie, tomándola de las manos y guiándola con pasos lentos sobre la tierra. A veces tropezaban, otras reían, y cuando lograba mantener el equilibrio por unos segundos, la niña aplaudía emocionada.

El bosque se llenaba de esos sonidos: risas, pasos suaves, sílabas torpes, y el murmullo de las hojas movidas por el viento. En ese rincón oculto del mundo, una niña enseñaba a una criatura a ser algo más que una bestia; y una criatura, sin saberlo, le enseñaba a la niña lo que significaba estar viva.

 En ese rincón oculto del mundo, una niña enseñaba a una criatura a ser algo más que una bestia; y una criatura, sin saberlo, le enseñaba a la niña lo que significaba estar viva

El cielo se teñía de tonos naranjas y rosados, y el aire comenzaba a enfriarse lentamente. Ambas estaban sentadas sobre la hierba, con las piernas estiradas y las manos llenas de tierra del juego que habían tenido durante el día. La niña levantó un brazo hacia el horizonte y, con voz suave, murmuró:

Hermoso

La criatura la miró, inclinando un poco la cabeza. No entendía del todo la palabra, pero notó la expresión en el rostro de la niña, esa mezcla de calma y alegría. Siguió su mirada hacia el cielo y lo observó con atención. Para ella, el atardecer era solo parte del día, un cambio de luz que había visto miles de veces en su soledad. Pero ahora, por primera vez, esa simpleza tenía un sentido distinto. El gesto de la niña lo hacía diferente, más cálido. De un momento a otro movió los labios, tratando de repetir lo que había oído.

—...Er...mo...so...

La palabra salió casi como un susurro, apenas reconocible, pero suficiente para que su amiga la mirara con los ojos abiertos y una sonrisa enorme.

—¡Sí! —dijo la pequeña, riendo y aplaudiendo— ¡Hermoso!

No sabía exactamente qué había hecho bien, pero al ver a la niña tan feliz, entendió que aquello que acababa de pronunciar también lo era.

Había llegado la noche. El bosque estaba envuelto en un silencio profundo, solo interrumpido por el canto lejano de los insectos y el murmullo del viento entre las hojas. Ella permanecía quieta, sentada junto a su pequeña humana, observando cómo dormía abrazando su pequeño lobo de peluche. Su respiración era suave, acompasada, como si soñara con algo pacífico. La observaba con la misma atención con la que antes solía mirar el movimiento de las estrellas o el correr del agua. Pero esta vez no buscaba respuestas del mundo: las buscaba dentro de sí.

Llevó una mano a su cuello, recordando el sonido que había salido de su boca al decir ‟hermoso.” Aún sentía el leve temblor de su voz resonando en su garganta, un eco desconocido pero dulce. No era solo un sonido: era una puerta que la niña había abierto para ella.

Miró el cielo, tratando de encontrar el mismo color que habían compartido horas antes. Y sin saber por qué, sonrió. Quizás, pensó, el cielo también había querido aprender una palabra nueva aquella tarde. Se recostó al lado de su amiga, cuidando de no despertarla. La pequeña se movió un poco, buscando calor, y terminó apoyando su cabeza sobre el brazo de la criatura. Ella la rodeó con cuidado, como si aquel gesto fuera algo sagrado.

Con esa idea aún viva, la de aprender a hablar, a decir cosas que hicieran feliz a su amiga, dejó que el sueño llegara poco a poco. Y mientras los dos mundos, el suyo y el de la niña, se unían bajo la misma noche, el bosque volvió a guardar silencio, como si también esperara escuchar su próxima palabra.

El sol se filtraba entre las hojas del bosque, tibio y amable, acariciando el claro donde las dos pasaban sus mañanas. La niña, sentada frente a la criatura, sostenía entre sus pequeñas manos una piedra lisa y brillante.

—Pie-dra —decía despacio, separando las sílabas con cuidado.

Su peluda amiga ladeaba las orejas, observando con atención, y después intentaba imitarla:

—Pie... da.

La niña rió con dulzura, sin burlarse, solo feliz de escuchar su intento. Luego tomó una hoja del suelo, la levantó y dijo con la misma paciencia:

—Ho-ja.

Ella la repitió más cerca de la perfección esta vez, con un tono suave y curioso.

La pequeña aplaudió, y ese pequeño gesto la hizo sentir que el bosque entero también aplaudía con ella: los árboles, el viento, incluso los pájaros que revoloteaban más arriba.

La criatura comenzó a disfrutar de aquellas lecciones, no por la necesidad de aprender, sino porque ver a la niña sonreír era razón suficiente para seguir. Cada palabra que lograba pronunciar era una chispa nueva en la mirada de su pequeña humana, una conexión invisible que crecía entre ambas. A veces, cuando una palabra no salía bien, se reía suavemente, un sonido extraño pero tierno, y la niña hacía lo mismo. Era como si las dos hablaran su propio idioma, hecho de sílabas torpes y miradas sinceras.

Por la tarde, cuando el sol comenzaba a bajar, su amiga le enseñó la palabra amiga, tocándose el pecho y luego señalándola. No la repitió enseguida, pero su mirada se volvió cálida, profunda, llena de comprensión. Sabía que, aunque no entendiera del todo lo que aquella palabra significaba, era algo que quería recordar siempre.

El amanecer llegó con una neblina suave que envolvía el claro, haciendo que el bosque pareciera flotar. La pequeña ya estaba despierta, preparando su pequeña ‟escuela”: unas piedras, hojas, ramas y frutos, cada uno con su nombre.

—Sol —dijo, señalando hacia arriba mientras los primeros rayos dorados se asomaban entre las copas.

La criatura la imitó con una voz algo ronca pero dulce:

—Soo... sool.

La niña sonrió y asintió, feliz por el progreso. Luego tomó una fruta roja que había encontrado.

—Fruta —dijo lentamente.

Ella la olfateó, inclinó la cabeza, y repitió:

—Fru... ta.

Le ofreció la fruta como recompensa, y ella la aceptó con una especie de reverencia inocente, como si aquel pequeño gesto fuera un regalo sagrado.

Las horas pasaban y las lecciones continuaban. Había palabras que salían claras, como agua, cielo o flor, pero otras le resultaban difíciles, y la criatura emitía sonidos entrecortados, intentando comprender cómo la voz podía tener forma. Cuando fallaba, bajaba las orejas, pero la niña siempre encontraba la manera de hacerla reír: le hacía cosquillas, le ofrecía una flor, o simplemente decía:

—Está bien, mi amiga. Inténtalo otra vez.

No entendía todas las palabras, pero el tono de su voz bastaba para saber que era algo bueno.

Llegado el mediodía, la criatura logró decir una nueva palabra que había escuchado muchas veces en estos días, una que la niña usaba cada vez que algo salía bien.

—Bien —dijo despacio, con la voz temblorosa.

Su pequeña humana la miró sorprendida y, con una sonrisa que parecía iluminar el bosque, respondió:

—¡Sí, bien! ¡Muy bien!

Y por primera vez, sintió que aquella palabra no era solo un sonido, sino una sensación cálida, algo parecido a lo que sentía cuando el sol tocaba su piel.

Siguieron con su camino, dejándose guiar por la naturaleza y el ruido del viento. Querían saber a dónde los llevaría esta vez, y estaban dispuestas a saber más de su mundo. Al seguir caminando encontraron el final del camino, al menos por hoy. El agua del arroyo corría serena, reflejando la luz del mediodía en destellos suaves. La criatura bebía con calma, dejando que el sonido del agua le llenara los oídos, mientras la pequeña chapoteaba cerca, riendo suavemente mientras se quitaba las hojas y la tierra de su cuerpo y su vieja ropa. Era uno de esos momentos en los que el bosque parecía contener la respiración.

Al salir del agua, la niña se acercó a la criatura, empapada y con el cabello pegado a la cara. Señaló una piedra grande al otro lado del arroyo y dijo con voz clara:

—Allá... mira, allá.

Su amiga giró la cabeza hacia donde señalaba, intentando comprender. La pequeña sonrió y repitió, despacio, marcando cada palabra:

—Mira allá.

La criatura trató de imitarla, su voz aún áspera pero más firme que antes:

—Mii... ra... a... allá.

Su amiga humana soltó una risa alegre y se acercó más. Con suavidad, frotó su pequeña mano sobre la garganta de la criatura, como si pudiera guiar su voz desde dentro.

—Así, despacito —susurró— Mira allá.

Ella cerró los ojos y respiró hondo. El aire olía a agua dulce, a musgo, a hojas mojadas. Cuando habló, su voz sonó distinta, más clara, más viva:

—Mira... allá.

La niña abrió los ojos con asombro, como si acabara de presenciar magia.

—¡Sí! ¡Lo dijiste! —gritó, y la abrazó sin miedo, sin pensar en lo que su amiga era.

La criatura, confundida pero conmovida, levantó una mano y la apoyó con torpeza sobre el hombro de la niña, imitando su gesto. En su interior algo crecía, una calidez nueva, un brillo silencioso. Por primera vez en su vida, no solo emitía sonidos... hablaba.

La tarde siguió bañada en luz dorada, y ambas permanecieron junto al arroyo, repitiendo palabras una y otra vez. La pequeña, con infinita paciencia, convertía cada sílaba en un juego.

—Agua —dijo, tocando la superficie brillante.

—A...gua —repitió su peluda amiga, con voz más suave.

—Piedra —continuó, tomando una del arroyo y mostrándosela.

—Pie...dra.

—Cielo —susurró la pequeña, levantando la vista.

—Cie...lo —dijo la criatura, mirando hacia arriba con un brillo en los ojos que no tenía antes.

Cada palabra era una chispa, una pequeña llama que encendía algo nuevo en la criatura. Ya no hablaba con dificultad, sino con curiosidad, como si al pronunciar cada sonido entendiera un poco más su propio mundo. La niña aplaudía con cada avance, riendo, saltando sobre las piedras. Ella la observaba sin apartar la mirada, maravillada por esa alegría tan pura que nunca había conocido.

—Ahora tú —dijo la pequeña, señalando su pecho— A-mi-ga.

Ella la miró con duda, y después intentó repetirlo:

—A...mi...ga.

La niña sonrió de oreja a oreja.

—¡Sí! ¡Soy yo! —gritó, riendo, mientras le tomaba la mano.

Luego, con un dedo, señaló el pecho de la criatura.

—Y tú... tú eres... mi... a-mi-ga.

Se quedó inmóvil. Aquella palabra flotó un momento en el aire, como si el bosque mismo la hubiera pronunciado. Había oído esa palabra antes, de las primeras que su amiga trató de enseñarle, y ahora quería pronunciarla perfectamente aunque fuera a medias. La repitió en voz baja, dejando que el sonido se acomodara dentro de ella:

—A...mi...ga.

La niña la abrazó con fuerza.

—Ahora ya lo eres, amiga.

El silencio del bosque se llenó con el eco suave de esa palabra nueva, mientras el arroyo seguía fluyendo como si celebrara el nacimiento de algo más que un nombre: una voz, un vínculo, una promesa.

Así fue como las dos formaron algo nuevo, como si fuera un modo de olvidar lo que sintieron en sus vidas pasadas y ser lo que ahora son como amigas. Una enseñaba a pesar de no entender el bosque del todo y la otra aprendía a pesar de haber estado sola en toda su vida como una criatura salvaje. Ella seguía los pasos de su pequeña amiga con torpeza, tropezando a veces con las raíces o con su propia sombra, pero siempre volviendo a intentarlo. La niña, riendo, tomaba sus manos para guiarla, avanzando despacio entre los troncos.

—Así... mira —decía, caminando con el pecho erguido— Uno... y luego otro.

Ella la imitó, sus pies desnudos hundiéndose un poco en la tierra húmeda. Su andar era inseguro, pero cada movimiento tenía algo de instinto y curiosidad. La pequeña la observaba con ternura, repitiendo una y otra vez el ritmo de los pasos, como si enseñara a bailar a un recién nacido. A veces caían, y las dos terminaban riendo. Otras, la niña insistía, poniéndose seria pero sin enojarse y volviendo a mostrar cómo debía hacerlo. La criatura la miraba atentamente, tratando de absorber cada gesto, cada movimiento del cuerpo humano que para ella aún era tan ajeno. Al cabo de un rato, logró dar tres pasos seguidos sin caer. Su amiga aplaudió con fuerza, corriendo a abrazarla.

—¡Sí, sí! ¡Ya puedes hacerlo! —gritó con orgullo.

La otra, sin entender del todo la emoción, solo sonrió con esa torpeza dulce que tenía cada vez que la niña se alegraba. El día siguió así, con ambas caminando por los senderos del bosque. Ella señalaba cosas que encontraba, enseñándole sus nombres, mientras la otra trataba de repetirlos. Entre risas, tropiezos y pequeñas victorias, las dos seguían aprendiendo, una de la otra: la niña, cómo enseñar; la criatura, cómo vivir entre palabras y pasos.

A medida que avanzaba el día, la criatura aprendía mejor los pasos de su pequeña maestra. Cada paso era algo nuevo que llegaba a repetir. Aprendía a caminar bien con dos patas, a correr sin tropezar, a saltar sin depender de sus manos para impulsarse. Fue un largo día de entrenamiento que ellas vieron como algo divertido. El bosque las recibía con su calma habitual, con la luz dorada del atardecer filtrándose entre las hojas. La niña iba al frente, sosteniendo la mano de su amiga como si guiara a alguien que acaba de aprender a ver el mundo desde otra altura.

—Así está bien —decía la pequeña con voz dulce— No te apures... solo camina.

La criatura la imitaba, sus pasos aún un poco inestables, pero cada vez más firmes. Había aprendido a mantener la espalda recta, a mirar al frente sin dejar que sus brazos buscaran apoyo en el suelo. Ya no se movía como un animal, o al menos ya no por ahora; algo en ella estaba cambiando, adoptando poco a poco la gracia de quien empieza a entender lo que es ser humano.

—Corre —le dijo de pronto, soltando su mano para verla hacerlo sola.

Ella obedeció. Sus pasos al principio fueron torpes, pero pronto corrió entre la hierba con una energía pura, ligera. La pequeña la siguió entre risas, saltando sobre las raíces mientras la criatura hacía lo mismo. Cuando caía, la niña la ayudaba a levantarse, y las dos volvían a intentarlo hasta lograrlo sin caídas.

Cuando el sol empezó a bajar, ambas caminaban otra vez tomadas de la mano, más lentas ahora, con la respiración tranquila. La pequeña seguía enseñándole palabras, señalando lo que veía:

—Árbol... hoja... sol.

La criatura repetía despacio, con voz suave, algunas veces correcta, otras con un sonido diferente pero lleno de intención. La niña la escuchaba con atención, corrigiendo sin perder la paciencia, y cada palabra nueva era una victoria compartida. A cada paso, sentía que aprendía más que solo moverse o hablar. Aprendía el ritmo de la voz humana, la dulzura del contacto, y la compañía silenciosa de quien la miraba sin miedo.

Esa tarde, mientras el bosque se teñía de naranja, ambas comprendieron que algo nuevo había nacido entre ellas: una conexión que no necesitaba del todo de las palabras, pero que las hacía querer aprenderlas todas.

El cielo se iba oscureciendo poco a poco, y las dos se acomodaron junto al tronco de un árbol caído. Aunque no se podían ver, ambos rostros, el de la niña, lleno de curiosidad y ternura, y el de la criatura, aún con rastros de asombro por todo lo que había aprendido ese día, se iluminaban por las lecciones aprendidas.

La pequeña jugaba con una ramita, trazando figuras en la tierra mientras su amiga la observaba con calma.

—Hoy lo hiciste muy bien —le dijo despacio, pronunciando cada palabra con la intención de que pudiera entenderla— Caminaste... hablaste un poquito más.

La criatura la miró y, tras un breve silencio, respondió con voz entrecortada pero cálida.

—Ca... mi... na... bien.

Los ojos de su amiga se iluminaron.
—¡Sí! ¡Así! Caminas bien —repitió ella emocionada, riendo suavemente.

La criatura asintió, repitiendo con timidez la palabra:
—Bien.

La niña se acercó un poco más, acariciándole la mano.
—¿Sabes qué significa? —le preguntó— Es cuando haces algo... bonito. Cuando algo te sale... bien.

La criatura ladeó la cabeza, pensativa, y luego miró al fuego.
—Bien... bonito.

—Eso —respondió la niña, que estaba sonriendo con orgullo— Tú... bien.

La criatura repitió la palabra una vez más, y luego, alzando la vista al cielo estrellado, intentó decir otra:
—Cie... lo.

—Sí —dijo la niña suavemente— Cielo.

Hubo un largo silencio entre ambas. Los grillos cantaban, y por un momento solo existía la calma del bosque.

—Tú... amiga —murmuró la criatura, pronunciando con cuidado cada sílaba.

La pequeña humana sintió un nudo en el pecho. La miró, sorprendida y conmovida a la vez.

—Sí... —susurró con una sonrisa temblorosa— Amigas.

La criatura repitió esa palabra, como si la saboreara, y la sostuvo en el aire, casi como un canto suave:
—A... mi... gas.

Y así, bajo las primeras estrellas de la noche, las dos se quedaron mirando el cielo, repitiendo aquella palabra que marcaba el inicio de algo nuevo.

El sol se filtraba entre las ramas altas, pintando el suelo con manchas doradas que danzaban con el viento, dando inicio a otro día. La pequeña recogía flores y hojas mientras hablaba despacio, con esa voz dulce que usaba siempre que quería enseñarle algo nuevo.

—Esto... flor —decía, levantando una de pétalos amarillos.

La criatura la observaba con atención, repitiendo con esfuerzo:

—F... lor.

—Muy bien —respondía la niña sonriendo— Flor bonita.

—Bonita —repitió la criatura, mirando la flor como si fuera algo sagrado.

Cada palabra parecía abrirle una puerta nueva al mundo. Su amiga no solo le enseñaba sonidos, le mostraba la forma en que los humanos daban nombre a lo que sentían y veían. Así pasaban las horas, entre risas, repeticiones torpes y gestos llenos de cariño.

Más tarde, mientras caminaban hacia un claro, la criatura intentó formar una frase.
—Yo... amiga... tú.

Ella se detuvo, sorprendida por el esfuerzo. Se acercó y le tomó las manos.
—Sí... —dijo con ternura— Yo amiga, tú amiga. Las dos.

La criatura sonrió, y en esa sonrisa había algo que no se podía traducir con palabras: una mezcla de alegría, timidez y deseo de aprender más. Mientras el día seguía su curso, en el corazón de la criatura crecía una pregunta silenciosa:

¿Podré hablar como ella algún día?
¿Podré decir todo lo que siento?

Aunque no tenía aún las palabras para expresarlo, su mirada lo decía todo. Quería seguir aprendiendo no solo para entender, sino para estar más cerca de esa niña que la había acogido sin miedo.

Al caer la tarde, su amiga le enseñó una última palabra antes de que descansaran:
—Juntas.

La criatura la repitió, algo torpe pero decidida:
—Jun... tas.

Y al oír su voz, la pequeña rió, abrazándola otra vez.

Horas más tarde, ella descansaba mientras veía a su pequeña amiga perseguir a unos pequeños animales cerca de un claro. Era un bonito escenario lo que veía, pero aún no resolvía algo, todavía se preguntaba por qué la estaba cuidando. Seguía sin saber si debía preguntárselo a ella o a la naturaleza misma, de la misma manera que lo ha hecho en todo este tiempo, pero no tenía manera alguna de hacerlo. Siguió viendo a la niña tranquilamente mientras ella jugueteaba con unas plantas. De un momento a otro, fue rápidamente hacia ella antes de que saliera lastimada, estaba cerca de tocar unas plantas espinosas.

El movimiento fue tan rápido que levantó polvo. La niña apenas alcanzó a ver la sombra de la criatura pasar frente a ella antes de sentir cómo la tomaba de los brazos y la apartaba del arbusto cubierto de espinas. Se quedó sorprendida, con el corazón latiéndole fuerte, mientras la criatura la revisaba con sus manos toscas pero suaves, asegurándose de que no tuviera heridas.

—¿Por qué...? —preguntó la niña, todavía con la impresión.

La criatura no respondió; solo la miraba con una mezcla de preocupación y algo más profundo, algo que ni ella misma entendía del todo. Durante unos segundos, el bosque quedó en silencio, como si las hojas y los insectos también esperaran la respuesta.
Y entonces, la criatura apartó la vista hacia el suelo, tocando el brazo de la niña con cuidado.

—Tú... no... duele —dijo con voz entrecortada.

Su pequeña sonrió, aliviada, y le tomó la mano.

—Gracias... —susurró— Me sigues cuidando.

La criatura repitió en voz baja, casi como si probara el peso de la frase:
—Cui... dar.

—Sí —dijo la niña— Tú me cuidas, y yo te enseño.

Esa simple respuesta quedó resonando en su mente mientras seguían caminando. Tal vez no necesitaba entender por qué lo hacía; tal vez cuidar era una respuesta en sí misma. El bosque pareció asentir con un susurro de hojas, como si la naturaleza misma aprobara aquel vínculo que crecía entre ellas.

No era la primera vez que llegaba a hacer eso. En todo el tiempo que estuvo con ella la ha tenido que proteger de algunos peligros como esos, esta vez no sería la excepción. No obstante, haberlo hecho le generó más dudas en su necesidad de cuidarla. Miraba a la pequeña por un segundo y después miraba a los árboles, como si deseara una respuesta a todo.

Se quedó quieta por unos instantes, con la mirada todavía perdida entre los árboles. El viento movía las hojas de una forma casi hipnótica, como si el bosque intentara decirle algo que no podía entender.
Sus manos, aún temblando un poco por el impulso de protegerla, se posaron sobre la tierra húmeda.

¿Por qué ella?
¿Por qué esa niña?
¿Por qué ese impulso tan profundo, tan natural, de mantenerla a salvo?

Se preguntaba no con palabras, solo con el pensamiento.

La pequeña seguía a su lado, sin notar el torbellino de dudas en su interior. Jugaba con una hoja seca, riendo suavemente, ajena a las preguntas que su amiga hacía al silencio.

La criatura levantó la vista al cielo, a las ramas altas donde el sol se filtraba en rayos dorados. Había vivido toda su vida entre sombras, sin vínculos, sin promesas... y ahora, algo tan frágil como una niña la había atado al mundo.

El viento sopló otra vez, más suave esta vez, y entre ese murmullo creyó oír algo. No palabras, pero sí un eco familiar, casi maternal. Quizás la naturaleza no respondía con voz, sino con señales: el latido del suelo, la calidez del aire, la risa de la niña.

Con ella todavía distraída en sus juegos, la criatura decidió seguir explorando el bosque en busca de sus repuestas, a los pocos segundos la pequeña humana le seguía el paso. La última respuesta que necesitaba era si la naturaleza pensaba lo mismo que ella o algo diferente. Habían caminado tanto que lograron llegar a un sitio nuevo: un campo casi abierto. El aire era distinto, más abierto, más lleno de vida. Ella se detuvo a unos pasos del límite donde el verde del bosque se fundía con el dorado de la hierba alta. El sonido del viento era más suave allí, y el cielo parecía más grande, más inmenso.

Fue entonces cuando lo vio. Un ciervo, erguido y sereno, miraba hacia un lado mientras su cría se movía torpemente entre las flores. Ella observó cómo el adulto inclinaba la cabeza, atento a cada paso del pequeño, guiándolo con calma, sin forzarlo, solo estando presente. Esa simple escena bastó. Comprendió que no hacía falta entender del todo el porqué, ni buscar razones en el aire, en los árboles, o en las estrellas. Cuidar era eso: ser una presencia constante, un refugio silencioso. Y aunque la niña no se veía como una criatura del bosque, el instinto era el mismo. Era suya ahora, en el sentido más puro de la palabra; no como posesión, sino como propósito. El ciervo levantó la vista, como si también la hubiera notado. Por un momento sus miradas se cruzaron. No hubo miedo, ni amenaza; solo un reconocimiento mutuo. Dos guardianes en su propio mundo.

Cuando regresó al bosque, el sol caía sobre su pelaje, y el eco de esa escena seguía latiendo en su mente. La pequeña aún jugaba, esperándola, con una sonrisa que parecía brillar más que el día mismo. Y en ese instante, lo supo con certeza: no estaba sola, ni cuidaba sin razón. La naturaleza le había mostrado el reflejo de su propio corazón.

Ella se había distraído mirando a cielo y lo árboles, sin saber lo que estaba haciendo su amiga humana en ese instante. Algo había llamado la atención de ella y al acercarse nota que se trata de un pequeño conejo, y no duda en perseguirlo. La criatura se da cuenta del ruido y corre a seguir a la pequeña antes de que le pase algo. Al dar los primeros pasos siente que algo le falta, cuando da la vuelta se da cuenta de lo que es con asombro. La flor blanca, aquella que vio y se llevó desde que comenzó su viaje estaba siendo llevada por el viento a donde fuera que cayera. Pensaba en ir por ella pero algo le decía que no debía hacerlo, que fuera por la pequeña que había perdido; eso le generaba una sensación que no había tenido en toda su vida y que aumentaba a medida que pensaba en ella. Sin pensarlo, fue a buscar a la niña, esta vez corriendo como lo haría una persona aunque todavía lo hacía torpemente.

Mientras tanto, la pequeña había perdido al animal que perseguía y estaba ahora buscando a la criatura mientras pronunciaba algunas palabras en voz alta. En medio de su camino algo la detuvo. Un animal diferente, un lobo, había cazado a ese conejo, y eso era una señal de que debía irse de inmediato; pero el problema era evidente: se había perdido y seguía sin encontrar a su amiga. Saber eso le generaba bastante miedo porque deseaba todo menos volverse a perder en el bosque, y eso atrajo la atención del animal que había terminado de devorar a su presa. Inmediatamente ella soltó su peluche y salió corriendo, deseaba poder encontrar a la criatura que era lo que más le importaba ahora.

Por su parte, la criatura corrió entre las ramas bajas y los arbustos, su respiración agitada rompía el silencio del bosque. Podía oler el rastro de la niña, podía sentirlo en el aire, entremezclado con el miedo. Ese miedo que no era suyo, pero que ahora la atravesaba por completo. Su corazón latía con fuerza, era una sensación nueva, punzante, diferente al instinto de caza o al deseo de huida que tanto conocía. Era otra cosa, algo más profundo. Un vínculo. Y lo entendió demasiado tarde: el viento que se llevaba la flor no era una pérdida, era una señal. El verdadero rumbo estaba donde se había ido la pequeña.

Mientras tanto, la humana corría entre los árboles, llorando sin mirar atrás, con las ramas rasgando su ropa y el eco de un gruñido siguiéndola a lo lejos. El bosque que antes le parecía un hogar ahora volvía a sentirse enorme y extraño. Tropezó, cayó, y el miedo la paralizó. El lobo estaba cerca, avanzando con pasos lentos, sus ojos reflejando el fuego del atardecer.

Entonces, un rugido resonó desde la espesura. Fuerte, grave, salvaje. El depredador se detuvo, dudó por un instante, y luego retrocedió cuando la criatura emergió entre los árboles. Su pelaje se erizó, los colmillos brillaron. El aire se volvió pesado, cargado de una furia que solo conocían los animales del bosque. El lobo se retiró, fundiéndose con la sombra como si no deseara pelear hoy. Y el silencio volvió, solo interrumpido por los sollozos de la niña. corrió hacia ella y la cubrió con su cuerpo, como si quisiera envolverla del mundo entero.

La pequeña la abrazó con fuerza, temblando, murmurando algunas palabras inentendibles entre lágrimas que olían a miedo y alivio. En ese abrazo, la criatura entendió lo que había sentido: miedo a perderla. Por primera vez, temía realmente quedarse sola. El viento seguía soplando, llevándose consigo la flor blanca, pero ya no importaba. Porque la semilla que había florecido no estaba en la flor, sino en su corazón.

A pesar del tiempo corto que pasó sola, la pequeña tenía miedo de volverse a perder, y la criatura tenía miedo de volverse a quedar sola. Se había dado la promesa de que no la volvería a soltar, siempre estaría a su lado. Por su parte, la pequeña deseaba ahora estar al lado de su amiga que recuperar su peluche que había dejado en algún lado. La criatura solo podía pensar en lo que había acabado de sentir. Trató de pronunciar algo, pero sabía que no era el momento adecuado, o al menos no por ahora.

El cielo ya se teñía de un tono violeta cuando las dos comenzaron a moverse de nuevo. El bosque parecía más silencioso que antes, como si quisiera darles un momento solo para ellas. Ella aún tenía los ojos húmedos, pero una sonrisa pequeña volvía a asomar en su rostro. Sostuvo la mano de la criatura con firmeza, con esa determinación inocente que solo tienen los niños que no quieren perder otra vez lo que aman. La criatura, aún temblando por dentro, se irguió lentamente, apoyando primero una pierna, luego la otra. Su respiración era profunda, su mirada fija en la niña. No necesitaban palabras. El movimiento hablaba por ellas. Un paso, luego otro, tambaleante, torpe, pero lleno de intención.

La pequeña reía entre sollozos, dándole indicaciones con gestos, aplaudiendo cuando lograba mantenerse en pie sin usar las manos. El miedo se desvanecía entre risas suaves y respiraciones agitadas. Una vez más, no era la niña quien aprendía del bosque, sino el bosque quien aprendía de ella. La criatura logró dar tres pasos completos antes de caer de rodillas, pero la pequeña corrió a abrazarla antes de que pudiera levantarse. El contacto fue cálido, sereno, lleno de promesas silenciosas. Ya no estaban solas. Ya no lo estarían más. La noche las envolvió otra vez, con los grillos cantando cerca y el aire moviendo las hojas con suavidad. Esa vez, no hubo aullidos. Solo una paz compartida entre dos seres que, sin entenderse del todo, se habían encontrado en el punto exacto donde empieza la esperanza.

La luna iluminaba suavemente el claro donde ambas descansaban. El aire nocturno era sereno, casi inmóvil, como si el bosque entero quisiera escuchar lo que pasaba dentro del corazón de la criatura. Ésta observaba el rostro dormido de la niña, tan tranquilo y cálido como una chispa de vida recién encendida. Entonces lo entendió, sin necesidad de palabras, sin que nadie se lo explicara. Desde que la había conocido, algo dentro de ella había cambiado.

Primero, aprendió a moverse no solo con el cuerpo, sino con el alma, dejando atrás la tierra que la vio nacer. Luego, aprendió a hablar, a darle forma a los sonidos que antes solo eran ecos del viento. Y, por último, aprendió a cuidar, a proteger algo frágil sin razón más allá del instinto, del cariño, del simple deseo de no dejarlo marchar.

Tres pasos. Tres señales. Tres promesas.

Sus pechos subían y bajaban con calma, mientras en su mente resonaban los ecos de cada uno de esos logros, como si fueran el pulso mismo del bosque acompañándola. Era una criatura distinta ahora; no por su forma, sino por lo que llevaba dentro.

Había completado los tres pasos que le dijo la pequeña que diera cuando se levantara, y ahora que está volviendo algo diferente a lo que fue antes, cree que pronto dará uno más y así formarán un nuevo capítulo en la historia de ambas. A pesar que había resuelto todas sus preguntas, debía estar más que preparada para lo que estaba por hacer en los días siguientes. Con esa niña a su lado encontró más de una razón por la que debería cuidarla, escucharla reír o verla divertirse era lo que más la animaba a seguir con sus lecciones. Tarde o temprano sería como ella, se movería como y hablaría como ella.

Con esa certeza, con ese orgullo nuevo y silencioso, se recostó junto a la pequeña humana, dejando que el sueño la envolviera con suavidad. El viento se llevó sus pensamientos, y el cielo, protector y antiguo, guardó su descanso en silencio.

lunes, 24 de noviembre de 2025

¡𝐔𝐧 𝐩𝐨𝐜𝐨 𝐚𝐩𝐫𝐞𝐭𝐚𝐝𝐚! •~•

Para la reina del caos Ale todo podría parecer un juego, y en parte así lo llega a interpretar, y entre todas esas cosas está en mostrar sus habilidades frente a muchas personas. Si bien estaba consiente de que ningún amigo estaba preparado para ver una mano asomando por la ventana mientras la dueña seguía en la cocina buscando la tostadora o algo peor, ese día, sin embargo, decidió que iba a “hacer las cosas con calma”, aunque nada de eso tenía algo que ver con provocar el caos como le gustaba hacer de vez en cuando.

Ale llevaba toda la mañana moviéndose de un lado a otro como si fuera un resorte con cafeína. Se repetía una y otra vez que primero la orden y después el demostramiento, mientras una de sus manos alcanzaba la repisa y la otra doblaba una toalla a tres metros de distancia. ‟Todo está bajo control” ...fue lo que ella se dijo cuando notó que uno de sus brazos se asomaba por la cortina de una de las ventanas.

El reloj marcaba las diez y media. Y eso significaba que aún había tiempo para lo que tenía en mente. Solo debía recordarse que debe mantenerse estirada y elegante, esto último era lo más importante.

“Tranquila, Ale, tú puedes” se dijo cuando oyó que estaban tocando la puerta. Se había armado de valor antes de abrirla, y cuando abrió se quedó quieta pero no se sorprendió tanto, conocía a esas personas. Frente a ella estaban Nia, Sofi, Max y Leo, unos amigos suyos, y todos sonriendo con aire sospechoso. Sofi sostenía una libreta gruesa, llena de notas y una grabadora pequeña y Nia no dejaba de exclamar que estaban para una entrevista sorpresa.

—¡Entrevista sorpresa! —anunciaba todavía Nia levantando el brazo.
—¿E... E-Entrevista…? —repitió Ale, aún recuperándose de la leve impresión.
—Así es —dijo Sofi con una sonrisa casi profesional— Después de que te hayamos conocido, decidimos hacer una pequeña crónica, para el boletín del grupo.
—¿Dese cuando tenemos boletín? —preguntó Leo.
—Desde hoy —respondió Nia sin dudar.

Ale estuvo parpadeando unas cuantas veces al intentar recordar esa vez en la que, por accidente reveló su elasticidad frente a ellos. Fue una vez en la que intentó alcanzar una galleta en lo alto del refrigerador en casa de Sofi. Y, bueno... su brazo llegó más lejos de lo normal. Se había asustado, claro. Pensó que estaba soñando o que había estirado el refri.

Regresó de su trance y casi de inmediato dejó pasar a sus amigos cuando vio la emoción en sus caras. De algún modo se sentía tranquila con seguirles el juego.

Max fue el primero en entrar a su casa, mirando a su alrededor con curiosidad mientras decía al mismo tiempo que la casa parecía una pista de entrenamiento improvisada. Ale solo se limitó a decir, encogida de hombros, que no tenía la culpa de que el techo sea tan elástico como ella mientras tomaba asiento en la sala.

Sofi se sentó frente a ella, con libreta en mano.
—Primera pregunta —comenzó con tono alegre y a la vez serio— ¿qué sentiste al mostrar tu elasticidad frente a todos?

Ale se acomodó en el sillón, pensativa pero con naturalidad.
—Hmm... Al principio me ganó la vergüenza y después, fue alivio. Ya no tenía por qué esconderlo; después de todo, con ustedes las cosas siempre terminan siendo divertidas, incluida las veces en las que me convierto en un espagueti humano.

Los cuatro rieron. En algo tenía razón Ale con lo que dijo. Max levantó la mano para hablarle a Sofi.

—Anótalo, Sofi: ‟espagueti humano”, posible apodo artístico para una chica de su talla.
—No —respondió Ale con una mirada seria.
—Está bien, está bien, descartado —dijo Sofi, escribiendo igual.

Leo se inclinó hacia adelante.
—Deberías estar orgullosa. Lo que pasó ese día fue increíble.
—Gracias —dijo Ale bajando la vista— Pero fue gracias a todos ustedes.

Hubo un pequeño silencio hasta que Nia aplaudió una vez.
—Perfecto, cierre inspirador para esta primera pregunta. Sofi, anótalo.

Sofi levantó la vista.
—Ya lo hice.

Ale suspiró entre risas.
—¿Van a publicar esto en serio?
—Claro —respondió Nia— ¡Y haremos una segunda parte si hoy pasa algo inusual o divertido!

Leo y Ale intercambiaron una mirada cómplice.
—Oh, no... —dijo él— Eso suena a que algo va a pasar.
—Definitivamente —añadió Ale.

Y así, sin planearlo, el grupo se quedó toda la mañana conversando como el buen grupo de amigos que eran, improvisando ideas para algunos entrenamientos y riendo de los accidentes de los días anteriores. La entrevista se volvió más una charla entre amigos, y el ‟boletín” terminó siendo un cuaderno lleno de garabatos y frases ridículas.

Ale se había levantado de su asiento para, según ella, verse mejor frente a sus amigos. Los cuatro estaban más que de acuerdo. Ella seguía conversando y a la vez contoneándose con una energía desbordante, los brazos balanceándose más de lo necesario y la coronita moviéndose de un lado a otro pero sin alejarse de la cabeza de su portadora.

—¿Saben? —dijo ella con tono optimista— Cuando domine por completo mi elasticidad, podré usarla para cualquier cosa. Imagínenlo: alcanzar cosas en los estantes más altos, colgar la ropa sin moverme, limpiar el techo sin escalera... ¡seré la persona más eficiente del planeta!

Leo sonrió con una mezcla de ternura y preocupación
—Claro, claro. Y también podrás apagar la televisión desde el otro cuarto sin levantarte o agarrar el control.
—¡Exacto! —respondió Sofi, sin captar el sarcasmo para después ver a Ale— Todo será cuestión de práctica.

Max miró de reojo a Sofi mientras revisaba su libreta.
—Práctica, o quizás entrenamiento militar... porque hay que ser realistas... si cada sesión termina como lo estuvimos escuchando mientras llegábamos, el techo de la casa va a pedir vacaciones.

Ale bufó, pero sin dejar de sonreír.
—Exageras. Solo me falta un poco de coordinación y—

De pronto su brazo se estiró sin querer hasta llegar al borde de una ventana lejana, golpeando un florero que quedó vibrando peligrosamente.

Ella se encogió de hombros.
—...y tal vez autocontrol.

Nia suspiró con una media sonrisa.
—Eso es lo que nos preocupa, Ale. Dices que ‟vas a dominarlo” como si fuera un curso de cocina o manualidades.

—Bueno, todo poder necesita práctica, ¿no? —dijo ella, confiada— Y tengo disciplina.

Leo arqueó una ceja.
—¿Disciplina? ¿Tú? ¿La misma persona que estuvo haciendo tanto ruido en su casa?

—¡Eso fue parte del entrenamiento! —protestó, agitando los brazos con orgullo.

Sus amigos se volvieron a reír. Nia fue la primera en hablar.
—Está bien, está bien. Solo no intentes estirarte para abrir la puerta desde aquí.

Ale miró al frente, pensándolo seriamente.
—...No lo había considerado en todo este tiempo, pero ahora que lo dices—

—¡No! —interrumpieron todos de inmediato.

Ale soltó una risita, mirando a otra ventana.
—De acuerdo. Pero cuando sea una profesional, me lo van a agradecer.

Max la observó en silencio un momento. Pensó en decir algo cínico, pero en su lugar sonrió.
—Si lo logras, nosotros te construiremos una pista elástica personalizada. Algo corta y con pocos obstáculos, posiblemente, pero te lo construiremos.

Leo y Sofi tomaron nota de todo lo que había dicho Ale. Se decían entre los dos que la visita estaba siendo más entretenida de lo que esperaban. Leo estaba por decir algo, pero antes de fijar su mirada en Ale, nota que ella estaba sacando algo de un mueble cercano con entusiasmo para luego ver a sus amigos.

―Esto me va a ayudar con los siguientes entrenamientos, lo tenía guardado justo para esta ocasión... y quiero que lo vean. ―dijo antes de meterse a un cuarto con la intención de cambiarse. Ellos solo se quedaron observando la puerta pensando en que era lo que traía ella para la ocasión, aunque sabían que en unos momentos lo verían con sus propios ojos.

Ale sale del vestidor con una energía distinta, lista para empezar. El traje que eligió era de una sola pieza, de tono negro con líneas naranjas en las medias y una tanga de hilo que dejaba ver mucho de su cintura, resaltando su figura atlética y su elasticidad natural. Dicha figura hacía resaltar bastante su figura tan atractiva tipo reloj de arena; era demasiado visible su cintura angosta, caderas anchas, un abdomen suave y delgado con un diminuto y delgado ombligo, y un par de muslos gruesos. Eso también era visible con su par de pechos, los cuales se movían libremente con el traje que llevaba, eran de un tamaño considerablemente grande y con eso desviaba la mirada de sus amigos a esa dirección, aunque también el abdomen hacía lo mismo.

Ese traje tenía un diseño funcional, hecho para soportar estiramientos y movimientos extremos, aunque ella todavía se movía con cierta torpeza y nerviosismo, ajustando las mangas o los hilos de la tanga.
Tanto Max y Leo como Nia y Sofi se la quedaron observando de reojo. Había algo curioso en ella: esa mezcla de torpeza, una figura tan llamativa, su elasticidad, su entusiasmo y fe inquebrantable en que podía mejorar. Era imposible no sonreír ante eso. Max no dudó en meter un dedo en el ombligo visible de Ale.

Ale notó la mirada de sus amigos.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me ven así? —preguntó, ladeando la cabeza.

—Nada —respondió Leo con una sonrisa tranquila— Solo pensaba que eres... una amiga especial. Digo, no todos los días conoces a alguien que pueda doblarse como una liga y aun así seguir tan optimista.

Ella se rió, cubriéndose la cara con una mano, la cual se veían demasiado bien con el traje que se había ajustado a sus brazos para dar una sensación de estar pegada al cuerpo. La entrevista continuaba, y el entusiasmo de todos era tan grande que Sofi ya había llenado tres páginas de su libreta con solo verla en su nuevo traje.

—Muy bien —dijo Nia, cruzando las piernas con aire de presentadora de programa de chismes matutino— siguiente pregunta: ¡tu traje nuevo! Cuéntanos, Ale, ¿qué opinas de él?

Ale miró hacia abajo, estirando un brazo para mostrar un poco la elasticidad de su traje mientras mostraba un pequeño sonrojo: el traje de se ajustaba perfectamente a su cuerpo con cada movimiento, se estiraba junto con ella.

—Bueno... —empezó, algo nerviosa— mientras me lo ponía pensé que era un poco apretado, y sí, es algo revelador.

Max ya tenía la mirada perdida en otra dirección, fingiendo mirar una lámpara. Sofi carraspeó para no reírse.

Ale siguió, tratando de sonar más tranquila:
—Pero creo que podré acostumbrarme si lo uso más seguido. Es cómodo cuando me estiro y no se rompe, así que supongo que es una ventaja.

Mientras decía eso, estiró distraídamente un brazo hacia el techo para ilustrar su punto, y todos la miraron con una mezcla de sorpresa y admiración.

—Creo que debería practicar un poco con esto.

—Deberías hacerlo, necesitas mejorar con tus estiramientos —afirmó Leo que revisaba la libreta de Sofi— o más bien deberías mejorar en todo lo que tienes para estirar.

—Podré con eso y más, el traje me va a ayudar con estirarme y otras cosas más —le decía Ale mientras estiraba levemente el otro brazo para luego regresar ambos a su estado normal.

—¿Y funciona? —decía Sofi mientras la analizaba de pies a cabeza, queriendo ver si podía hacer algo más que solo estirarse con ese traje

—Claro que funciona —dijo Ale, inflando el pecho, dejando ver parcialmente estos al haber alzado un poco la parte superior de su traje y queda un poco avergonzada por eso— Bueno, a veces demasiado.
Tanto las chicas como los chicos se quedaron mirando lo sucedido, Nia y Sofi se reían mientras que Max y Leo se miraron por unos segundos queriendo esconder el pequeño rubor que les generó el momento. Ale aún no se acostumbraba a que la gente la estuviera viendo con ese traje por lo revelador que era, pero ellos les daban ánimos de seguir. Nia se ofreció romper el hielo.

—¡Eso fue épico! —dijo Nia aplaudiendo— ¡Deberías hacer eso cuando presentes algo!
—¿Qué cosa? ¿Estirarme sin querer, o expandir un poco mi cuerpo? —preguntó Ale con una sonrisa casi nerviosa.
—¡Exacto! ¡ambos! marca registrada —añadió Nia con tono teatral.

Leo, que la observaba desde el sillón, sonrió de forma genuina.
—Te ves bien, Ale. Se nota que el traje te da confianza, incluso si te cuesta admitirlo.

Eso la sonrojó un poco, y al intentar encogerse de hombros, su brazo todavía extendido rebotó contra la pared y se estiró más.
—Ups... —dijo con voz pequeña, mientras el grupo soltaba una carcajada.

Max, sin contenerse, comentó:
—Bueno, si no te acostumbras, al menos ya puedes alcanzar el techo sin escalera.

Todos rieron de nuevo, incluso Ale, que ya no sabía si sentirse avergonzada u orgullosa.

Sofi, que aún escribía sin parar, levantó la vista y dijo:
—Voy a anotar esto como “declaración de moda flexible”
—¿Eh? —preguntó Ale.
—Sí, para cuando lancemos tu línea de trajes elásticos... si es que llegamos a aceptar nuestra idea en primer lugar —respondió Nia con total seriedad— “Ale, la heroína de la elasticidad”
—¡No, no, no no, ni de chiste! —rió Ale cubriéndose el rostro.

Leo intervino, con su tono tranquilo habitual:
—Yo digo que si algo estamos aprendiendo es que puedes con todo, incluso con ese traje.
—Eso suena alentador y extraño al mismo tiempo, pero te lo agradezco, amigo —respondió Ale, riendo también.

El ambiente se llenó de risas, bromas y uno que otro estirón accidental de Ale que hacía que Sofi soltara un “¡espera, tengo que anotar eso!” entre carcajadas.

Sofi pasó una nueva hoja en su libreta.
—Muy bien, Ale, siguiente pregunta —dijo con aire profesional— ¿qué es lo que más te gusta de tener esa habilidad?

Ale pensó un momento, moviendo un dedo que se estiraba sin darse cuenta.
—Pues supongo que me gusta poder alcanzar cosas sin tener que levantarme. Aunque a veces me paso un poco y termino tocando cosas que no quería tocar...

Nia soltó una risita.
—Sí, eso suena muy... práctico —dijo con una ceja levantada.
Leo la miró de reojo.
—Nia, por favor no empieces.
—¿Qué? Yo sólo digo que tener tanto alcance es una ventaja —respondió, sonriendo con picardía.

Max, que había estado mirando distraído, añadió:
—Y también te da más “flexibilidad”, ¿no?
Ale lo miró confundida.
—Bueno, sí, eso también.
Sofi, anotando sin levantar la vista, murmuró:
—Literal y figuradamente.
Leo se tapó la cara con una mano.
—Sofi no ayudes.

La conversación siguió, entre preguntas y comentarios que parecían cada vez más una comedia accidental.

—¿Y no te da miedo quedarte estirada por accidente? —preguntó Max.
—Antes sí —respondió Ale— pero ya aprendí a volver a mi forma normal. Aunque una vez me enredé tanto que casi necesito la ayuda de ustedes para desenrollarme.
—Oh, eso explica por qué Leo siempre está disponible —dijo Nia con un tono travieso.
Leo tosió nerviosamente.
—¡No es por eso! Solo estaba ahí cuando pasó.
—Ajá, “casualmente” —dijo Sofi, haciendo comillas en el aire sin despegar la mirada de su libreta.
—¡Era un accidente! —insistió Leo.
Ale se reía tanto que apenas podía hablar.
—No sean malos con él, aunque... bueno, sí me salvó más de una vez.

Nia sonrió, cruzando los brazos.
—Vaya, entonces además de elástico, esto suena muy romántico.
Ale se puso roja de inmediato.
—¡No lo es! ¡Solo fue ayuda técnica!
Max levantó una ceja.
—Técnica... ¿eh?
—¡Max! —gritaron los tres al mismo tiempo.

El silencio duró apenas dos segundos antes de que todos estallaran en carcajadas. Sofi, entre risas, escribió: “Conclusión: la elasticidad puede estirarse, pero la paciencia de Leo, no.”

—¡Borra eso Sofi! —dijo Leo, riendo a pesar de sí mismo.
—Demasiado tarde —respondió Sofi— ya está documentado para la posteridad.

La entrevista terminó con un ambiente entre risas, ocurrencias y esa sensación de amistad caótica que los caracterizaba. Ale, aún sonrojada, suspiró.
—No sé si esto fue una entrevista o una comedia improvisada.
—¿Y no pueden ser las dos? —replicó Nia guiñándole un ojo.

Leo, mirando a Ale mientras se mueve de un lado a otro, deja escapar un comentario sin pensarlo demasiado:

—Oye, no me había dado cuenta de que el físico de Ale se viera tan bien. Digo, ese traje... te queda bien, y los colores te favorecen mucho.

Apenas termina de hablar, se hace un pequeño silencio. Nia lo mira con una ceja levantada y Sofi intenta contener la risa, mientras Max suelta un leve “chido” disimulado.

Ale, con las mejillas ligeramente sonrojadas, lo mira con una mezcla entre sorpresa y diversión.
—¿Ah sí? No sabía que estabas tan atento a los detalles, Leo, —responde con una sonrisa algo nerviosa pero divertida.

Leo se da cuenta del tono y se lleva una mano a la nuca, incómodo pero riéndose también—¡No, no! O sea, me refiero a... al diseño. ¡Al diseño del traje! hiciste un buen trabajo con los colores, eso.

Nia no aguanta y comenta con una sonrisa burlona:
—Ajá, claro, al diseño. Seguro.

Todos ríen, incluso Ale, que termina relajándose mientras dice en tono amistoso:
—Bueno, al menos sé que el traje tiene aprobación general.

La tensión se disuelve entre bromas, y Sofi, intentando rescatar la seriedad del momento, dice:
—Entonces puedo asumir que la estética funciona, aunque la próxima vez tal vez debas elegir algo menos revelador Ale.

Ale ríe otra vez, hace un leve movimiento con sus caderas que termina distrayendo a sus amigos:
—No, déjalo así. Ya me estoy acostumbrando a esta versión de mí.

Leo estaba observando la libreta de Sofi en la mano, pero sus ojos ya no estaban en ella. Los tenía puestos en Ale.

Ella notó la mirada y arqueó una ceja, sin entender al principio.
—¿Pasa algo? —preguntó con una ligera sonrisa, cruzando los brazos.

Leo tardó en responder, como si se lo pensara dos veces. Luego, soltó con voz calmada pero sincera:
—Ellos tenían razón... —hizo una breve pausa— El traje te queda bastante bien. Especialmente para el momento.

Ale se sonrojó un poco, intentando mantener la compostura.
—¿Para el momento? —repitió con un tono juguetón, queriendo disimular su nerviosismo.

Leo asintió, sonriendo de lado.
—Sí, no sé... es como si todo esto —dijo señalando sus atributos, la casa, el ambiente tranquilo— te perteneciera. Como si ese fuera tu escenario.

Ella bajó la mirada, mordiéndose el labio por un instante antes de reír suavemente.
—Vas a hacer que me lo crea de verdad.

—Deberías —respondió Nia con naturalidad— Ya no es solo una habilidad o un traje. Es tu forma de ser.

Por un momento, nadie de los cinco habló. Solo se quedaron ahí, mirándose en silencio mientras la luz del atardecer los envolvía.

Ale terminó rompiendo el momento con una broma ligera:
—Entonces... ¿eso significa que les gustó el traje?

Leo carraspeó, intentando ocultar una leve sonrisa nerviosa.
—Digamos que... cumple con su propósito —dijo, desviando la mirada para no ver esa cintura y el par de muslos que ella tiene.

—Ajá, claro —rió ella, divertida— Pondré eso en la entrevista de la próxima vez.

Leo soltó una carcajada, rindiéndose.
—Está bien, me atrapaste. Sí, me gustó.

Ale sonrió, satisfecha.
—Lo sabía.

Leo seguía viendo a Ale cada tres segundos mientras ella se movía de un lado a otro, Max miraba el techo, Nia miraba alrededor de la sala, y Sofi, con su expresión tranquila pero determinada, sostenía aun la libreta en una mano.

Sofi sonrió apenas cunado le llegó una idea tan pronto como revisó sus apuntes.
—Olvidamos probar algo con Ale, y creo que vale la pena hacerlo ahora.

—¿Olvidaron probar algo? —repitió Ale, inclinando la cabeza con curiosidad.

—Sí. No tomará mucho tiempo, eso espero —aseguró Sofi, haciendo un gesto para que los siguieran.

Apenas vio a Ale salir, Sofi rápidamente se acercó a ella y le lanzó una nalgada y con la otra mano le agarró un muslo, el ruido hizo que inmediatamente todos voltearan a verla por lo que hizo y solo pudo decir en su defensa:

—Perdón, pero tenía que hacerlo... fue culpa de ese traje que llevas —respondió inocentemente mientras se cubría la cara con la libreta.

Nia se reía un poco, Max la miraba con un leve desagrado, y Leo trataba de disimular su sonrojo por el momento. En todo el breve camino, Leo no podía quitar la mirada de ella, el traje dejaba una hermosa vista a su bello físico de la cual Ale se estaba acostumbrando a mostrar. La corta conversación entre Sofi y Nia lo hacían sentir tranquilo por momentos.

Los cinco caminaron hasta un terreno baldío con algunas cosas desperdigadas por todo el lugar. A unos metros se encontraba el patio de la casa de Ale.

Antes de empezar el entrenamiento, Ale tomó aire y se apoyó sobre una de las tantas llantas que estaban en el terreno, mirando al cielo de la tarde. Tanto Leo como Sofi se acercaron con una sonrisa tranquila, con Leo dejando una botella de agua a su lado.

—¿Lista para ver hasta dónde puedes llegar hoy? —preguntó.

Ale asintió, aunque en su expresión aún se notaba un leve nerviosismo.
—Supongo que sí, aunque no estoy del todo segura de cómo empezar.

Él cruzó los brazos y la observó con confianza.
—No te preocupes tanto. Ya viste lo que puedes hacer en casa, solo necesitas práctica.

Ella lo miró por unos segundos, como si buscara convencerse a sí misma.
—¿Tú crees que realmente pueda controlarlo algún día?

—Claro que sí, Ale —respondió Sofi sin dudar— Eres más capaz de lo que crees. Y si algo se complica, nosotros vamos a estar aquí para ayudarte.

Ale sonrió suavemente, aliviada.
—Entonces no tengo excusa para rendirme, ¿eh?

—Exacto —contestó Sofi, sonriendo también— Ahora, veamos de qué eres capaz.

Ale se estiró los brazos, preparándose. El ambiente se volvió más liviano, lleno de una mezcla de confianza, curiosidad y la emoción de ver a una amiga flexible entrenar. Ale se colocó al centro, tomó aire y empezó a mover los brazos lentamente, como si calentara antes de una clase de yoga, hasta que uno de ellos se estiró más de lo esperado.

Leo, sentado en una llanta, se incorporó sorprendido.
—Whoa, eso fue como... ¿dos metros? —dijo, intentando medirlo con la vista.

—¡Dos metros y medio! —respondió Ale, con tono triunfante pero algo torpe, ya que su brazo todavía seguía estirado y se enredaba en una cerca cercana.

Ella intentó jalarlo de vuelta, pero terminó girando sobre sí misma como si fuera una liga humana. Nia corrió a ayudarla, pero al hacerlo, la fuerza de la tensión la lanzó hacia atrás, cayendo al suelo cerca del terreno. El sonido del golpe resonó por todo el lugar, y luego hubo un breve silencio.

—Estoy bien —dijo ella, levantando un pulgar desde el suelo.

Ale, riendo, logró finalmente recuperar su forma normal.
—Creo que tengo que trabajar en la parte del “volver al tamaño original sin causar una catástrofe”

—O en no llevarte todo el mobiliario contigo —añadió Max, sacudiéndose el cabello.

Ellos rieron, y Ale volvió a intentarlo, esta vez con más control. Sus movimientos se veían más fluidos, casi gráciles, mientras su cuerpo se adaptaba poco a poco a su elasticidad. Sus amigos la observaban con una mezcla de asombro y orgullo. Era torpe, sí, pero también impresionante.

—Vas mejorando —dijo Leo finalmente.
—Gracias —respondió Ale, jadeando— Aunque creo que necesito un casco para la próxima.

Ale respiró hondo, decidida a mejorar su control.
—Esta vez saldrá bien —dijo con confianza.
Sofi, desde una distancia prudente, levantó una ceja.
—Eso mismo dijiste el otro día y te enredaste con los postes de luz. Tardamos casi una hora en bajarte.

Ella sonrió con seguridad y comenzó su nuevo intento: primero estiró los brazos, luego las piernas, y en cuestión de segundos las extremidades parecían una versión más grande de las manos de goma.

—Ok, ¡esto va mejor! —gritó mientras daba un salto elástico hacia una tabla y rebotaba con energía. Pero el rebote fue demasiado fuerte.

El impacto la lanzó hacia una barra paralela, luego giró en espiral y su pierna se enganchó con una cuerda que estaba colgando en un árbol en donde su coronita se encontraba colgando en una rama. Leo intentó sujetarla, pero terminó atrapado también cuando el otro extremo de la cuerda se enredó en su brazo.

—¡Ale, no te muevas! —dijo él, intentando zafarse.
—¡Eso intento! Pero si me muevo, ¡me estiro más!

En cuestión de segundos, ambos quedaron suspendidos en el aire, girando lentamente como dos marionetas atascadas. Las cuerdas se tensaban y soltaban con sonidos de “boing” cada vez que intentaban moverse. Los otros tres solo estaban mirando un poco sorprendidos por la situación, Sofi no pudo evitar soltar una leve risa.

—Esto parece una trampa diseñada por un payaso con doctorado en física —murmuró Max mientras veía Leo quien tenía su cabeza colgando boca abajo.

Ale, sin poder evitar reír, trató de usar su elasticidad para liberarse, pero cada intento solo los enredaba más.
—Prometo que la próxima vez, bueno... ¡lo haré en cámara lenta! —dijo entre carcajadas.

Finalmente, Sofi y Nia se acercaron para ayudar, soltando las cuerdas casi de golpe y ambos cayeron al suelo. Hubo un silencio de unos segundos y luego los cuatro estallaron en risa.

—Bueno —dijo Leo, quien estaba siendo ayudado por Nia— al menos ya sabemos que tu elasticidad funciona a campo abierto.
—Sí, pero también que necesito un asistente, y un manual de instrucciones.

Los cinco estaban ya reunidos en el terreno, acomodados en una especie de semicírculo improvisado con llantas y tablas. Ale estiraba los brazos como si calentara para un espectáculo de circo, mientras los demás la observaban con curiosidad.

Sofi, con su tono tranquilo pero sincero, miró a Leo y comentó:
—Tenía razón en lo que dije hace un momento con ese traje, le queda bien aunque sea un poco revelador.
Leo casi se atraganta con su propia saliva.
—¿Eh? Sí, sí... —dijo rápido, rascándose la nuca y mirando a otro lado— Supongo que... sí, le queda bien, digo, bien en el sentido funcional, o sea deportivo.
Nia, que los escuchó, arqueó una ceja divertida. —Ajá. ‟Funcional”. Claro.
—Solo debiste haber visto al otro lado, se le notaban bien esos muslos y ese trasero colgados —respondió Max, cuyo comentario hizo sonrojar a Leo y Sofi se rió por unos segundos.

Ale, notando la pequeña escena, giró para mirar a todos con una sonrisa.
—¿Ya están listos para ver mi avance o van a seguir analizando mi guardarropa?

Leo levantó las manos. —¡Listo, lista, listos todos! —respondió, tratando de recuperar la compostura.

Nia dio una palmada en el aire. —¡Entonces empieza el show, Su Majestad de los Estiramientos!

Ale rodó los ojos con una sonrisa y tomó aire.
—Bien, pero no se asusten si las cosas se salen un poco de control, ¿de acuerdo?

Los cuatro intercambiaron miradas nerviosas.
—¿“Un poco”? —preguntó Sofi con voz monótona.
—Sí —respondió Ale con una serenidad sospechosa— Solo un poquito.

Ale cerró los ojos unos segundos, respiró hondo y comenzó su demostración. Sus brazos se alargaron suavemente, como si fueran cintas métricas danzando en el aire (aunque los brazos de Ale se movían con fluidez). La forma en que los movía era casi artística, mientras el sol reflejaba en el suelo una sombra que parecía moverse con vida propia.

Nia, que sostenía una cámara improvisada con su teléfono, murmuró fascinada:
—Ok... esto es oficialmente más cool de lo que esperaba.

Max aplaudía lentamente, sin quitarle la vista de encima. —¡Parece un chicle con ritmo!
Sofi suspiró. —Tu descripción arruinó el momento, Max.
―¿Y?

Leo, en cambio, estaba más enfocado. Sonreía con cierta admiración al verla tan concentrada, diferente de su torpeza habitual. Aunque también habían veces en las que se distraía viéndola de otro modo por el traje.
—Vaya... —susurró— parece que de verdad está controlando su elasticidad.

Ale abrió los ojos y, aún estirada, los miró con una sonrisa confiada.
—¿Ven? Si lo hago despacio y con ritmo, puedo mantener el control. Es como una danza.

Nia asintió emocionada mientras abría la libreta de Sofi. —Sí, sí, una danza elástica. ¡Podríamos hacerle un nombre artístico!

—Por favor, no —dijo Sofi de inmediato, aunque ya sabía que Nia no iba a detenerse.

Ale se movía de un lado a otro, extendiendo un brazo para alcanzar un pedazo de madera a unos metros lejos de ella y luego regresándola con precisión milimétrica. Sus movimientos eran suaves, elegantes, casi hipnóticos.

Cuando terminó, los cuatro aplaudieron con entusiasmo sincero.
—¡Fue genial, Ale! —dijo Leo— Esta vez no rompiste nada, ni me lanzaste por los aires, eso es un gran avance.
—Progreso —añadió Sofi con una sonrisa discreta.

Ale soltó una risita, con las mejillas un poco rojas a la vez que acomodaba la tanga.
—Gracias. Creo que ya le estoy tomando el truco.

Nia bajó la cámara y anunció con dramatismo:
—¡Y esto fue solo el primer acto!

Leo observó el terreno baldío con cara pensativa, hasta que sus ojos se detuvieron en un rincón lleno de varillas metálicas. Una idea absurda, pero brillante a su modo, comenzó a formarse en su cabeza.

—Ya sé —dijo de repente, con una sonrisa que a Sofi le pareció peligrosa— Podemos hacer algo diferente para probar las habilidades de Ale.

Nia levantó una ceja. —¿Diferente en plan “divertido” o “llamen a emergencias”? Aunque no se cómo vayan a reaccionar los de emergencias.
—Divertido —respondió Leo, aunque su tono no inspiraba tanta confianza.

Aun así, al escuchar la idea de Leo, los demás aceptaron la propuesta con entusiasmo. Entre los cuatro comenzaron a colocar las varillas en distintos puntos: algunas formando círculos, otras en posiciones diagonales, y un par de ellas suspendidas con cuerdas, como si estuvieran construyendo una estructura de entrenamiento sacada de un programa de televisión japonés.

Ale, mientras tanto, observaba desde arriba, con el torso estirado y las manos apoyadas en unos árboles.
—¿Están seguros de que saben lo que hacen? —preguntó, inclinando la cabeza con curiosidad.

Max levantó el pulgar, orgulloso. —¡Por supuesto! Es un circuito de elasticidad profesional.
Sofi, sujetando una cuerda que no dejaba de moverse, murmuró: —“Profesional” es una palabra muy fuerte para esto.

Cuando finalmente terminaron, los cuatro se reunieron frente a Ale.
—Listo —anunció Leo, secándose las manos— Bienvenida a la siguiente fase de tu entrenamiento: El Desafío Extensible.

Nia levantó un cartel improvisado hecho con una hoja y un marcador. —¡Edición uno! ¡Con premios imaginarios incluidos!

Ale miró el “campo de entrenamiento” con una mezcla de intriga y resignación.
—No sé si esto parece más un circuito de prueba o una trampa para osos —dijo, bajando lentamente al suelo mientras su cuerpo volvía a la normalidad.

—Ambas cosas pueden ser ciertas —comentó Sofi sin emoción, cruzándose de brazos.

Leo dio una palmada para animarla. —Vamos, Ale, confía. Es solo para ver cuánto puedes controlar tu cuerpo entre obstáculos.

Ale suspiró, pero sonrió con confianza.
—Está bien, pero si algo sale mal, ustedes recogen las piezas.

Los cuatro asintieron al unísono, aunque Nia añadió con picardía:
—¿Te refieres a las piezas del circuito o a ti?

Ale rió. —Ya veremos.

Leo se colocó al centro del gimnasio, dando instrucciones con la seriedad de un entrenador profesional, o al menos de alguien que lo aparentaba bien.
—Muy bien, equipo. Primera fase del Desafío Extensible: coordinación y control. Ale, tú serás la participante principal, obviamente. Max y Sofi, ustedes ayudarán con la parte técnica.

Ale asintió, un poco nerviosa. —¿Parte técnica?
—Exacto —dijo Leo, sonriendo— Solo sigan mis indicaciones y nada puede salir mal.

Famosas últimas palabras.

Antes de que Leo o Nia pudieran decir algo más, Max ya había tomado a Ale de las piernas con entusiasmo.
—¡Vamos a darle impulso! —gritó, mientras Sofi, con su calma habitual, sujetaba el otro extremo y decía:
—Esto probablemente no sea buena idea... pero vamos a hacerlo.

Con un conteo improvisado, ambos comenzaron a estirarla hacia una de las varillas como si fuera una cuerda elástica gigante. Ale trató de seguirles el ritmo, extendiendo los brazos para mantener el equilibrio.
—Chicos, ¿están seguros de que—?

¡Zas!

En un segundo, Ale se soltó y salió disparada hacia la varilla, rebotando en ella con precisión milimétrica hasta que su torso se enredó en una de las cuerdas colgantes. Quedó suspendida en el aire, dando vueltas lentamente como si fuera una decoración viviente de gimnasio, su coronita había caído al suelo y fue recogida por Nia.

Leo y Nia se quedaron congelados mirando la escena.
—¿Qué acabo de ver? —preguntó Nia, con una mezcla de asombro y risa contenida.
Leo parpadeó. —No lo sé, pero estoy entre impresionado y preocupado.

Sofi soltó la cuerda, mirando su obra. —Bueno, técnicamente logramos eso del “control y coordinación”. Solo que en el orden equivocado.
Max, mirando hacia arriba, exclamó orgulloso: —¡Miren eso! ¡Perfecta estabilidad aérea!

Ale, girando lentamente en el aire, suspiró con resignación.
—Chicos... no siento las piernas, en serio.
—Eso significa que funcionó —dijo Sofi sin levantar mucho la voz.

Nia ya no podía contener la risa. —¡Esto sí es una demostración! Aunque… tal vez deberíamos bajarla antes de que se vuelva parte del mobiliario.

Leo corrió hacia las cuerdas, tratando de desatarla, mientras Ale reía entre frustrada y divertida.
—La próxima vez, avísenme si “parte técnica” significa convertirme en una marioneta.

—Anotado —respondió Max, levantando el pulgar.

Después del enredo monumental, Leo y Sofi lograron finalmente liberar a Ale de las cuerdas. Max la recibió con cuidado cuando cayó, aunque ambos terminaron rodando por el suelo entre risas.

—Definitivamente necesito un descanso —dijo Ale, estirando los brazos y volviendo a su forma normal poco a poco.
—Sí, eso fue bastante acrobático —respondió Leo, intentando disimular una sonrisa mientras le ofrecía una botella de agua.

Ale se sentó en el suelo, respirando con calma. Sofi le pasó una toalla y comentó con una media sonrisa:
—Al menos ya comprobamos que tu traje resiste cualquier torsión posible.
—Y que ustedes son un peligro con varillas cerca —replicó Ale entre risas mientras se volvía poner su coronita.

Después de unos minutos de descanso, Nia aplaudió para recuperar la atención del grupo.
—Bueno, chicos, ¿seguimos o cancelamos antes de que alguien salga volando de verdad?

—¡Seguimos! —gritó Max con una energía que no parecía afectada por nada.
Ale suspiró y se levantó, estirando los brazos. —De acuerdo, pero esta vez con coordinación, ¿sí?

Leo asintió con gesto serio. —Prometido.

Colocaron las varillas en nuevas posiciones, formando un circuito improvisado. Esta vez, dos de ellos se encargaron de ambas extremidades: Leo tomó las manos, mientras Sofi se tomó ambas piernas.

—¿Lista Sofi, listo Leo? —preguntó Ale con una sonrisa, ya recuperada del susto anterior.
—Listos —respondieron al unísono.

En un movimiento sincronizado, comenzaron a estirarla lentamente, ayudándola a mantener el equilibrio y a controlar su elasticidad con más precisión. Era casi como una coreografía extraña, pero llena de entusiasmo y confianza.

—Si siguen a este ritmo —comentó Nia, mirando el reloj con tono burlón— nos va a tomar todo el día terminar su entrenamiento.
—No importa —respondió Ale entre risas— Mientras no me vuelvan a colgar de los árboles o postes, puedo con todo.

Los demás rieron. Max, quien acariciaba levemente el abdomen estirado de Ale, añadió:
—Prometemos no repetirlo, a menos que sea parte del ejercicio.

Leo negó con la cabeza, divertido. —Solo tú podrías decir eso con tanta seriedad, Max.

Mientras ellos seguían estirando a Ale, a Nia se le ocurrió otra idea para el entrenamiento y se la contó a Max, quien al escucharlo le empezó a seguir la corriente. Ellos se pusieron a preparar otro escenario para probar la elasticidad de su amiga, creando unas especies de aros más grandes que ellos con materiales que encontraron en el terreno baldío y con cosas del patio de la casa de Ale; lo más visible eran los agujeros que tenía, y Ale suponía que algo tenía que ver con los enredos.

Cuando terminaron, ellos se acercaron a Leo y Ale para avisarles que la siguiente prueba ya estaba lista, diciendo también que ella estaría bien en todo eso a pesar de lo poco que confía Leo con el experimento. Sin embargo, las palabras de Ale lo motivan a aceptar la idea de ambos.

Entre risas y suspiros, Leo y Sofi comenzaron a bajar lentamente a Ale, quien todavía estaba con los brazos y piernas tan estirados que parecía salida de una caricatura.

—Con cuidado, no quiero salir disparada otra vez —dijo Ale, moviendo las manos aunque no pudiera hacer algo con ellas.

—Tranquila, tranquila —respondió Sofi, sosteniéndola como si fuera una cuerda elástica que podía saltar en cualquier momento.

Cuando por fin tocó el suelo, Ale respiró profundo y poco a poco fue volviendo a su forma normal.
—Ay... creo que tengo músculos que no sabía que existían —bromeó, mientras se sacudía el polvo del traje.

Nia, que hasta ese momento observaba con una mano en la barbilla, chasqueó los dedos de pronto.
—Ya se los dije, pero tengo una idea mejor para probar tu elasticidad.

Los otros tres la miraron con la mezcla de curiosidad y miedo que solo una idea de Nia podía provocar.
—Sí me lo habías contado, pero... ¿en qué sentido? —preguntó Leo, ya anticipando el caos.
—En el sentido de “divertido y probablemente innecesario” —respondió Nia con una sonrisa que no inspiraba confianza.

En cuestión de minutos, Max y Nia habían traído una especie de estructura con varios aros gigantescos hechos de tubos de plástico, cartón grueso y pequeñas piezas metálicas. Eran tan grandes que Ale podría pasar varias veces por dentro, aunque lo preocupante era que uno de esos aros tenía cuatro agujeros en formas algo sospechosas, como si hubieran sido diseñados para enredar a propósito.

Ale los observó con una mezcla de intriga y resignación.
—¿Eso es parte de un entrenamiento o de una trampa caricaturesca?
—Depende de tu actitud —respondió Sofi, cruzándose de brazos con una sonrisa.

Cuando terminaron de armar el escenario, Leo se acercó a Ale con una expresión más seria, aunque todavía tenía un toque divertido en la voz.
—Bueno, Ale, ahora sí vamos a experimentar de verdad contigo. Prometo que todo va a salir bien... más o menos.

Ale levantó una ceja. —“Más o menos” no suena muy tranquilizador, ¿ustedes dicen la verdad?

—Confía en nosotros —dijo Nia, sosteniendo su teléfono para grabar y que claramente formaba parte del plan.

Ale suspiró, se estiró los brazos como si calentara y sonrió con decisión.
—Está bien, pero si termino con un nudo nuevo, ustedes me deshacen, ¿queda claro?

—Trato hecho —dijeron los cuatro al unísono, mientras Leo contaba en voz alta para empezar el siguiente experimento.

Ale, decidida (aunque algo temblorosa), dejó que sus amigos tomaran otra vez sus brazos y piernas para estirarlas otra vez, cada uno en una dirección diferente formando una especie de X (con Sofi poniéndose la coronita de Ale). Los aros rechinaban un poco, pero ella, acostumbrada a su elasticidad, se movía con sorprendente ligereza mientras daba una pequeña ayuda a sus amigos.
—Ok, chicos... ¿así está bien? —preguntó mientras metía las manos por el primer aro.
—¡Un poco más arriba! ¡Eso es! —le indicó Nia, agitando una cuerda con una mano desocupada como si fuera una entrenadora de circo.

Ale suspiró y los demás extendieron los brazos para alcanzar el segundo aro, con Ale logrando sujetarse con ambas manos. Luego, con una flexibilidad que haría llorar de envidia a Reed Richards, estiró las piernas y las pasó por los agujeros inferiores del primer aro. Leo y Nia se distrajeron un poco al ver cómo las botas del traje pasaban por los agujeros de los aros, Nia sentía la necesidad de verlo más de cerca.

—Muy bien, muy bien —dijo Sofi, asintiendo con un aire de “científica loca satisfecha con su experimento”.
—Ahora... ¡procedimiento dos! —anunció Nia con una sonrisa sospechosamente entusiasta.

Antes de que Ale pudiera preguntar qué significaba eso, sintió que Max y Sofi tomaban sus manos y las amarraban al segundo aro de una manera suave pero firme.
—¿Eh? ¡Un momento! ¿Por qué me están amarrando?
—Es para que no te sueltes —dijo Sofi, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Mientras tanto, Leo y Nia, sin perder tiempo, hicieron lo mismo con sus pies, asegurándolos a la parte inferior del primer aro. En pocos segundos, Ale quedó completamente estirada, con los brazos y piernas extendidos, pareciendo una mezcla entre una estrella y un tendedero de gimnasia experimental.
—¡Perfecto! —dijo Nia, dando un paso atrás para admirar la “obra” a la vez que saca su teléfono otra vez.
—Con esto podremos comprobar tu resistencia estando así de estirada —añadió Sofi, tomando notas en su libreta.

Ale, que apenas podía mover las manos, soltó una risa nerviosa.
—¿Y están seguros de que esto es buena idea?
—¡Por supuesto! —respondió Leo con confianza.
—Solo tienes que aguantar un rato más. ¡Es parte del entrenamiento!

—¿Aguantar un rato? ¿Cuánto es “un rato”? —preguntó Ale, con una gota de sudor bajando por su frente.
—Mmm… lo que tarde en sonar el temporizador de Nia —respondió Sofi.
—¿Temporizador? ¿Qué temporizador?
—Este —dijo Nia, mostrando su celular, que tenía en pantalla un contador de media hora.

Ale abrió mucho los ojos.
—¡¿Media hora?!

Los cuatro la miraron al mismo tiempo, sonriendo con una sincronía sospechosa.
—¡Ánimo, Ale! —gritó Max con entusiasmo— ¡Tú puedes!
—Sí, esto servirá para tu elasticidad, ¡y tu paciencia! —añadió Nia riendo.

Ale suspiró resignada, moviendo los pies mientras pensaba que tal vez debió quedarse practicando en casa.

Sofi, mientras observaba a Ale entre los dos aros como una figura de museo moderno, cruzó los brazos con una sonrisa divertida.
—Sip, teníamos la razón por completo. El traje te queda aún mejor en esta posición —dijo, ajustándose los lentes con aire analítico Resalta la flexibilidad, el color y el—

Pero no alcanzó a terminar su frase. Un ruido la había interrumpido, y cuando cambió su mirada notó que Max estaba jugando con uno de los brazos de Ale como si fuera las cuerdas de un instrumento.

—¿Eh? ¿Qué haces? —preguntó mientras se acercaba a Max que seguía haciendo esos sonidos.
Max giró de inmediato.
—Esto parece una especie de método de tortura medieval, solo que aquí no es letal
—Bueno, en algo tienes razón, lo parece y a la vez se ve como una guitarra u otro instrumento de cuerdas.

Él deja de hacer ruido para acercarse a las manos de Ale, y Sofi ayudó a Ale a estirar su cuello para ver mejor lo que él estaba haciendo. Max simplemente estaba jugando con las manos de Ale estirando los dedos y ‟dándole la mano” de vez en cuando. Sofi y Ale se miraban sin entender del todo lo que su amigo estaba haciendo.

Al mismo tiempo, Leo y Nia se quedaron mirando el torso de Ale que aún mantenía su forma de reloj de arena. Leo, sin pensarlo demasiado, se acercó un poco más para ver mejor. Esto hace que Ale vuelva a estirar el cuello hacia donde están ellos con una mirada un poco nerviosa.

—Se lo que están pensando, ¡pueden seguir mirando, pero no toquen demasiado! —dijo mientras rodeaba a ambos con su cuello.
—No se preocupe —respondió Nia que empezaba a acariciar suavemente uno de los muslos de Ale— intentaremos no incomodarla en lo que nos falta de tiempo.

Así ha sido casi toda la tarde mientras ella seguía estirada así. Leo simplemente estaba observando por los nervios que tenía al verla así y con el traje mostrando lo mejor de ella. Nia seguía poniendo las manos en los muslos, trasero y abdomen de su amiga, a menudo moviéndolas como si hiciera una especie de masaje relajante. Max seguía haciendo ruido con los brazos de Ale.

—¿Eh? ¿Qué... qué pasa? —dijo Ale, con una sonrisa nerviosa cuando sintió que alguien estaba tocando algo que no debía.
—¡Sofi! ¡esa mano! —gritó Nia mientras veía que Sofi puso una mano en uno de los pechos de Ale.
—¿Qué? tarde o temprano alguien iba a hacer eso, y yo quería ser la primera... son tan blandas —fue lo único que ella pudo decir en su defensa.

Ale estaba por decirle algo pero desvió su mirada hacia Leo y Nia, quienes desataron sus pies y siguieron estirando sus piernas. Ale se ponía un poco más tensa por eso.

—¡Chicos! ¡Me están convirtiendo en fideo! —exclamó Ale con voz aguda, mientras sus manos todavía amarradas temblaban en una mezcla entre esfuerzo y pura comedia física.
—¡Aguanta, Ale! ¡no nos tomará tanto tiempo! —decía Leo, que tenía una de las piernas de su amiga y la seguía estirando hasta llegar a la cerca del patio.
—¡Ay no, el traje! ¡Va a estirarse también! —mencionó Nia, llevándose una mano a la cabeza.
—¡Pues que aguante igual que ella! —respondió Leo— después de todo ese traje se adapta a la elasticidad de Ale, tenemos algo de ventaja.

Por el otro lado, Max estiraba el cuello de Ale para que viera lo que estaban haciendo Leo y Nia. Sofi seguía tocando los atributos de su amiga a la vez que jugaba con la coronita que se había puesto. En cuestión de segundos, Ale estaba tan estirada que parecía una versión humana de un adorno de goma.
—¡Por favor Max, haz algo antes de que mi cuello toque el cielo! —exclamó entre risas nerviosas.

Él deja que el cuello de Ale regrese a su lugar mientras ella le dice a Sofi que pare. Por el otro lado, Leo y Nia se preguntaban si soltaban las piernas de Ale de golpe o lo hacían lentamente y con cuidado. Estuvieron pensando por un rato hasta que llegaron a la conclusión de hacerlo despacio, y así lo hicieron. Ellos regresaron con los demás y desataron las piernas de Ale al mismo tiempo que Max y Sofi lo hacían con sus brazos.

Los cuatro se quedaron mirando la escena. Ale parpadeó varias veces, estaba acostada en el sueldo con una expresión de cansancio y con las extremidades todavía alargadas.
—Bueno... —dijo Leo finalmente— Al menos descubrimos que, efectivamente, tu traje es tan resistente como tú.
Ale soltó una risa débil.
—Sí, pero la próxima vez... ¡Sofi no toca nada!

Sofi levantó una mano con una sonrisa nerviosa.
—Prometo no volver a hacerlo... aunque fue un poco divertido.
—¿Todo bien, Ale? —preguntó Nia, conteniendo la risa.
—Sí... aunque si me dejaban así por mucho más tiempo iba a convertirme en una especie de tendedero —respondió Ale, medio resignada.

Leo y Max comenzaron a acomodar sus piernas con cuidado, Sofi y Nia acomodaban sus brazos. Cuando terminaron, Ale trató de levantarse, cayendo suavemente en brazos de Leo y Max (quien no dudó en agarrarle una nalga), estirándose todavía un poco más antes de recuperar su tamaño normal.

Fwooosh.

El sonido de su cuerpo volviendo a su estado original resonó por todo el terreno baldío.

—Ahh... mucho mejor —suspiró Ale, moviendo los hombros con alivio— Aunque siento que ahora puedo alcanzar el refrigerador sin pararme en puntas.
—¡Eso fue épico! —dijo Max, levantando el pulgar— ¡Parecías una superheroína en entrenamiento!
—Más bien parecía una liga humana —añadió Nia con una carcajada— pero igual te veías genial, Ale.
Sofi asintió, acomodándose el cabello.
—Lo importante es que resististe sin romperte, ni tú, ni el traje. Eso ya es un logro.
Leo sonrió, viéndola más tranquila.
—Y además, diste un espectáculo digno de un circo que está lleno de rarezas —bromeó, levantando la libreta de Sofi y el teléfono de Nia que había grabado todo lo sucedido.
Ale soltó una risa suave y se estiró los brazos, literalmente, hasta tocar las cabezas de todos.
—Bueno, si eso no fue entrenamiento, no sé qué fue.

Todos rieron al unísono hasta que Leo dio unas palmadas para llamar la atención de todos.
—Muy bien, equipo, nueva fase del entrenamiento —dijo con una seriedad sospechosa, señalando un punto en medio del terreno— Pónganse todos lejos de aquí... sí, más lejos. Max, un poco más... más... ¡más!

—¿Tan lejos quieres que vaya? —preguntó Max, gritando desde el otro extremo.
—Sí, por si acaso. Nunca se sabe con Ale —respondió Leo, cruzándose de brazos.
Nia arqueó una ceja.
—¿Y qué se supone que va a hacer ahora?
Leo sonrió.
—Ale va a demostrar precisión y control. Quiero que atrape a uno de ustedes y lo traiga hasta aquí.
—¿Atrapar? —repitió Sofi, retrocediendo un paso— ¿Literalmente?
—Exacto —confirmó Leo con un gesto teatral.
Ale se estiró un poco los brazos, giró los hombros y sonrió confiada.
—Eso suena fácil. Solo tengo que apuntar bien, ¿verdad?
—Exactamente —dijo Leo, levantando el pulgar— Piensa que es como lanzar una cuerda, solo que tú eres la cuerda.
Nia rió.
—Esto va a ser buenísimo.

Ale respiró profundo, acomodó los hilos de su tanga, y apuntó con una mano hacia el grupo y dijo con tono heroico:
—¡Estén listos o no allá voy!

Su brazo se estiró de inmediato con un whoosh, atravesando el terreno sin problemas. Los demás apenas alcanzaron a reaccionar antes de que la mano de Ale envolviera sin querer tanto a Sofi como a Max en el mismo movimiento.

—¡Eh, espera, no! ¡Eran “uno de tus amigos”! ¡No dos! —gritó Leo riendo.

—¡No fue mi culpa! ¡Se movieron al mismo tiempo! —respondió Ale, intentando jalar el brazo de vuelta.

Pero el problema era que Sofi y Max no estaban exactamente cooperando.
—¡Suelta, suelta! ¡Nos vas a hacer dar vueltas! —gritó Sofi, mientras Max reía diciendo “¡Weeee, esto es como un parque acuático sin agua!”

El retroceso fue inmediato: Ale tiró del brazo de regreso con fuerza, y los dos salieron volando hacia ella, aterrizando frente a Leo con un sonoro plaf.
—¡Lo logré! —dijo Ale, triunfante, mientras Sofi y Max se quedaban en el suelo medio mareados.
—Sí, aunque tal vez demasiado bien —respondió Leo, rascándose la cabeza.

Nia se acercó y tomó una foto con su celular.
—Esto va directo a algo especial, junto a todo lo demás —dijo entre carcajadas—: “Ale, la elástica que no falla (aunque te lleves a alguien de rebote)”.
Ale soltó una carcajada, mientras sus brazos volvían a su tamaño normal.
—Bueno, no fue tan difícil, aunque la próxima vez apuntaré mejor.
—Sí, por favor —dijo Sofi, aún en el suelo— Mis piernas siguen vibrando.
Leo sonrió satisfecho.
—Perfecto. Ahora sí, creo que estamos progresando.

En ese instante, Max se acercó a Ale para pasar una mano suavemente a la cintura de ella y Ale le da un pequeño codazo mientras mostraba un pequeño sonrojo.
Leo suspiró.
—...bueno, casi progresamos. Pero ahora pasemos al siguiente ejercicio: estiramiento sincronizado.

—¿Sincronizado con Ale? —preguntó Sofi, levantando una ceja.
—Exacto —respondió Leo con total confianza— Si logramos seguir su ritmo, tendremos coordinación perfecta.

Nia se rió.
—Perfecta, ajá, o acabaremos con las piernas hechas nudo. Cincuenta y cincuenta.
Ale se colocó al frente, estirándose de una forma más natural.
—Solo sigan mis movimientos, ¿sí? No es tan difícil.
Max levantó el pulgar.
—¡Fácil! Si tú puedes hacerlo, nosotros también.
—No estoy segura de eso —murmuró Sofi, ya sospechando lo peor.

Ale empezó suave: brazos al frente, giros de cintura, piernas un poco abiertas. El grupo la imitaba torpemente como si fuera el primer día de un gimnasio.
—¡Eso! —decía ella— ¡Uno, dos, tres!

Hasta ahí todo iba bien hasta que Ale, sin pensarlo, extendió sus brazos hasta tocar la cerca del patio de su casa.

—¡Eh! ¡Eh! ¡Demasiado lejos! —gritó Max, tratando de copiarla y cayendo de espaldas al instante.
—Max, la idea es “sincronizar”, no “romperte” —dijo Sofi entre risas.
Nia, por su parte, intentaba mantener el equilibrio.
—¿Cómo haces para no caerte cuando te estiras tanto? —preguntó.
—Práctica —respondió Ale, con una sonrisa tranquila— Y algo de genética, creo.
Leo observaba desde atrás, dirigiendo el ritmo.
—¡Muy bien, equipo! ¡Ahora, todos sigan a Ale en el estiramiento lateral!

Ale giró suavemente a la izquierda, pero su torso se alargó tanto que su cabeza quedó justo enfrente de un árbol.
—¡Hola, arbolito! —bromeó.

El resto trató de imitarla, pero el resultado fue un desastre: Nia se enredó con su propia pierna, Sofi quedó casi doblada en forma de “Z” y Max simplemente terminó rodando hacia una esquina.

Leo suspiró, tratando de mantener la compostura.
—Bueno, al menos todos se estiraron. De algún modo.
Ale, riendo, volvió a su tamaño normal y ayudó a levantar a sus amigos.
—Tal vez deberíamos probar algo más simple —dijo ella.
—¿Más simple? —repitió Sofi— Después de esto, lo más simple sería quedarnos quietos y respirar.
—Eso también cuenta como yoga, ¿no? —preguntó Nia con tono burlón.
—Sí, pero sin riesgo de salir volando —añadió Leo, riéndose finalmente.

El grupo terminó sentándose en el suelo, riendo del caos que habían provocado.
Max levantó una mano.
—Propuesta: el próximo ejercicio sea ver quién logra no moverse por cinco minutos o incluso más.
Ale asintió, divertida.
—Me gusta, aunque conociéndolos, seguro alguien tropieza con el silencio.

Ellos permanecieron en pleno descanso mirando al cielo, recordando todo lo que han pasado en este día con la peculiar habilidad de Ale. Observaban como estaba atardeciendo, el cielo se decoraba de unos buenos colores que, con solo verlos, levantaba los ánimos de seguir. Y así fue. Leo se levantó y pidió que los demás lo hicieran también para dar paso a una última prueba a las habilidades de Ale.

—Muy bien, equipo. Llegó el momento de ver cuánto ha mejorado Ale hoy. —Sonrió— Este será el ejercicio final: demostración libre.
Ale asintió, algo cansada pero relajada.
—De acuerdo. Prometo no estirarme demasiado esta vez.
—Gracias, se agradece —dijo Sofi, acomodándose el cabello todavía despeinado del estiramiento sincronizado.
Nia tomó su teléfono para grabar otra vez.
—¡Esto va directo al archivo de entrenamiento legendario!
Max alzó el pulgar con entusiasmo.
—¡Vamos, Ale! ¡Enséñanos tu modo pro!

Ale se colocó en el centro del gimnasio. Cerró los ojos un momento, respirando hondo.
Las luces se reflejaban suavemente en el suelo, y por un segundo todos guardaron silencio.

Entonces, ella empezó. Con un movimiento fluido, estiró sus brazos hacia los lados, perfectamente equilibrada. Después, con elegancia, los movió en círculos amplios y precisos, controlando cada centímetro de su cuerpo. Sus piernas se extendieron de forma coordinada, como si el aire mismo le respondiera. No había esfuerzo, ni torpeza, solo armonía.

Leo murmuró, impresionado:
—Su control es mucho mejor que al inicio. Ya no se tensa ni pierde ritmo.
Sofi asintió, sonriendo.
—Sí, ahora parece algo o alguien completamente natural.

Ale giró en el aire, creando una figura casi circular con su propio cuerpo antes de volver a su forma normal sin tropezar ni tambalearse. Al aterrizar, el suelo ni siquiera crujió: pura suavidad.

Nia, con el celular aún grabando, dijo emocionada:
—¡Eso fue increíble! ¡Hasta pareció coreografía!
Max la observaba con los ojos brillando.
—Al principio apenas podía estirarse sin confundirse, ¡y ahora parece una acróbata profesional!
Ale soltó una risa tranquila.
—Supongo que la práctica sirve, ¿no?
Leo cruzó los brazos, con una sonrisa orgullosa.
—Sirve mucho. Pero lo que más importa es que ya no te da miedo usar tu habilidad frente a nosotros.
Ale lo miró, pensativa.
—Sí, creo que por fin la siento como parte de mí. No algo raro, ni algo que esconder.

Hubo un breve silencio, el tipo de pausa sincera que se da cuando todos se entienden sin decir nada.

Sofi rompió la calma con un tono suave:
—Entonces, ¿mañana seguimos con la segunda parte del entrenamiento?
Nia se levantó enseguida.
—¡Solo si hay desayuno incluido!
—Y si Max no hace nada raro otra vez —añadió Sofi con una sonrisa de lado.
—¡Mira quién habla! ¡tú empezaste a hacer cosas más raras que yo! —protestó él.
Ale rió, quitándose el polvo de su traje.
—Trato hecho: desayuno, sin accidentes, y un poco más de práctica.
—Perfecto —dijo Leo, levantando el pulgar— Hoy terminamos con éxito.

Y así, entre bromas y comentarios, los cinco regresaron a casa. Estuvieron por un rato hablando de los planes que iban a tener para los días siguientes, queriendo ver cómo ha estado mejorando Ale con todo esto. Sofi le prometió que le traería algo especial cuando venga a visitarla, lo cual dejó más que contenta a su amiga. Cuando todos se fueron se dispuso a ordenar la casa por el leve desastre que hizo en la mañana. Sus brazos se extendían tres metros para levantar montones, sus piernas se alargaban para alcanzar cosas en la repisa y una risita suya era constante cada vez que algo hacía pop o rebotaba por error. Cuando terminó de acomodar todo lo mejor que pudo (es decir, 65% acomodado y 35% misteriosamente peor), hizo un repaso en su mente a todo lo que vivió en todo el día con una sonrisa en su rostro.

Ya era muy noche cuando finalmente entró a su cuarto. Se quitó las botas, dejó su traje sobre una silla, se puso su ropa de dormir y se metió en la cama. Estaba tan cansada que ni siquiera apagó la lámpara. Se quedó dormida en cuestión de segundos.

Al día siguiente, luego de haberse levantado con algo de dificultad, se preparó para la novedad del día. Había oído que alguien estaba tocando la puerta y no dudó en abrir, cuando lo hizo vio que se trataba de Sofi que traía una pequeña caja. Ella dejó pasar a su amiga quien al entrar deja la caja en una mesa.

—Buenos días... ¿qué... qué quieres? —preguntó aún recuperándose del sueño que todavía tenía.

—Tus amigos me dieron esto para que pudieras verlo —dijo Sofi señalando la caja que todavía estaba cerrada— Será algo rápido, no creo que tardemos mucho.

Ale se estiró un poco, tomó su coronita extendiendo un brazo de forma exagerada, y se la puso mientras bostezaba.

—Ok, quiero ver, quiero ver

Sofi comenzó a despegar la cinta que había en la caja y después la destapó, en ambas se podía ver una pequeña emoción. En esa caja se había revelado una figura pequeña de Ale hecha a mano. Era una figura con detalles exagerados: la pose dinámica, el brazo extendido, la forma tan marcada de sus atributos, el detalle bien cuidado del traje y una expresión levemente avergonzada.
—¿Esa soy yo? —preguntó Ale.

—Sí —respondió Sofi, sonriendo— Max y yo la hicimos. Nos tomó casi toda la mañana darle forma y pintarla.
Ale se inclinó hacia adelante, impresionada.
—Vaya, se nota el trabajo. ¿Lo hicieron sin referencias?
—Bueno, usamos algunas fotos tuyas del entrenamiento pasado —admitió Sofi— Queríamos que quedara con esa energía de movimiento.

Ale tomó la figura con cuidado, girándola entre sus dedos.
—Tiene hasta mi coronita y esa expresión de “lo tengo todo bajo control... creo”.
Sofi observó mientras se arreglaba el cabello.
—Encaja perfecto con el circuito que hiciste ayer. Es como si fuera parte del concepto.
—Exactamente —dijo Ale, chasqueando los dedos
— Es parte de una idea que estamos preparando. Queremos que todo esto sea más visual, más representativo. Algo que exprese tu estilo en pocas palabras.
Ale asintió con entusiasmo.
—La tuya fue la primera porque ya sabíamos que ibas a destacar en esto, te conocemos muy bien Ale.

Ale miró a Sofi, sonriendo con genuino aprecio.
—De verdad gracias. Es precioso. Y un poco raro verme en miniatura —añadió riendo.
Sofi cruzó los brazos con una sonrisa divertida.
—Bueno, si hacen una mía, que tenga músculos y cara de héroe.
—Ya veremos —dijo Ale— Primero vamos a continuar con el entrenamiento como dije ayer
Sofi levantó la vista.
—¿Qué? pensé que era algo que solo dijiste para sentirte bien
—Lo decía en serio, pero ya verás que te gustará esta siguiente parte del entrenamiento — Afirmó Ale que ya estaba en la entrada de la casa.

Ambas se rieron, relajadas. Ale estiró un brazo y colocó la figura sobre la mesa del comedor, aún con esa sonrisa suave.
—Entonces, esto será parte del proyecto que están preparando, me gusta. Tiene algo especial.

Ambas salieron de la casa para ir a su siguiente dirección y continuar con el entrenamiento. En el camino hablaban de lo que sucedió ayer y lo que ella podría hacer con sus habilidades y su traje, aunque Sofi se limitó a decir que debería usarlo para momentos especiales, y la primera vez que lo usó fue solo el principio. Ale llegaba a avergonzarse un poco al recordar lo que Sofi hizo cuando la habían estirado.

—Creo que... —Sofi se inclinó un poco hacia ella— esta vez te pasaste.

Sofi la mira, sonríe más, y le responde con un encogimiento de hombros:
—Pero estuvo divertido.

Antes de que Sofi pudiera continuar, recibe un codazo por parte de Ale.

—Como sea. Espero que estés preparada para lo siguiente. Ya verás que tendremos nuevos obstáculos y nuevas pistas para que pongas a prueba tu elasticidad —anunció— Ya pasaste por el entrenamiento del entrenamiento, por así decirlo. Ahora viene lo siguiente. Lo mejor de lo mejor.

Ale abrió los ojos de la emoción como si hubiera escuchado música gloriosa. Sofi levantó la mirada, dejando ver que estaba más que confiada en que todo iba salir bien. Ale se quedó viendo por unos segundos el camino que estaban tomando, ella podría regresar sin problemas estirándose, pero ahora quería dar un paso más hacia adelante. Volteo para ver a Sofi que aún sonreía, y supo que estaba más que lista para continuar.

—Andando —dijo levantó una mano como señal de aprobación

Y así fue como empezaron un día más en la enredada vida de Ale. Pasaron por unos pequeños enredos ayer con el entrenamiento y el nuevo traje, pero ahora está decidida a seguir con todo al estar más que motivada por sus amigos, quiere ver lo que es capaz de hacer con poco esfuerzo. Así es la querida reina del caos.

The End












































































MDMABKABD HALP



El Post del Momento

Los muchos colores que representan a Alejany 🟠🔴⚫

Como ya todos debemos saber, los colores son algo más que importante para dar vida a algo en especifico, sin ellos no tendrían chiste y no a...

Lo Más Visto