El Dossier

🎄🎄 ¡Feliz navidad! ¡gasten y compren mucho! 🎄🎄

sábado, 2 de agosto de 2025

Anónimas

En una ciudad cualquiera, recién comenzaba un nuevo día, dentro de una habitación se hallaba una chica joven abriendo una laptop con una expresión alegre en su rostro. Al encenderse ella mueve el cursor a una carpeta llena de fotos y al entrar da clic en unas fotos en particular, cuatro chicas se graban, en otra se fotografían y en una más se narran a sí mismas como pueden: con cámaras digitales prestadas, blogs que nadie lee, y publicaciones que se pierden en el vacío.

Pasar todo el día dentro de redes sociales que apenas comienzan a influir y videollamadas pixeladas era algo que en ese entonces era considerado un lujo, la vida de esta chica parecía ir mejor de lo que uno esperaría, y eso parecía ser. El cursor retrocede a la carpeta anterior, revelando otras carpetas llenas de archivos con nombres inusuales como VIDA_FINALv3_editado.avi. Ella y su hermana crecen juntas. A veces se ríen, a veces se quiebran, pero siempre regresan la una a la otra. El cursor parpadea sobre un escritorio virtual lleno de carpetas con nombres como ‟Fotos 2011”, ‟proyecto secreto”, ‟nosotras :)”, cada carpeta dejaba ver una parte de la vida de esta chica, una que para ella era lo que tanto había deseado ser desde pequeña.

Todo parecía más simple... pero no lo era. Tal vez no sabíamos quiénes éramos. Pero sabíamos que no queríamos olvidarlo.

Con el cursor vuelve a hacer clic en una foto de las que tenía en su carpeta. Aparece una imagen ligeramente borrosa de las cuatro chicas riendo sobre un sillón. Ella da una ligera sonrisa al verla, como si se acordara de lo que pasó ese día. Al dejar a un lado la foto, da clic en otras más, recordando eventos que vivió junto a las otras tres chicas en distintos escenarios: una en su cuarto frente al espejo, otra bajando de una bicicleta, otra editando fotos, otra mirando su celular mientras llueve afuera. Todo con filtro tenue, textura de cinta y textos escritos a mano sobre la imagen. Ver todo eso le generaba una alegría a esta chica, que seguía revisando sus fotos sin voltear siquiera.

No estaba buscando la fama, y ni siquiera deseaba intentarlo. Ni yo ni mis amigas queríamos algo grande... solo ser nosotras. Estábamos buscando vernos (y ser vistas) en un mundo que apenas está aprendiendo a mostrarse por cuenta propia.

Y en esa constancia se reveló algo más duradero que cualquier viralidad: el eco de una amistad que solo nosotras podríamos entender.

¿Cómo fue que cuatros chicas hayan formado un lazo tan fuerte que nos hemos vuelto inseparables? Bueno... dejen les cuento cómo fue el primer día que todo esto inició y nos volvimos las mejores amigas.

Marzo 2009

En una secundaria pública con murales descoloridos y bancas de metal con leves signos de oxidación, el club cultural organizaba un pequeño evento semanal llamado ‟Micrófono Abierto.” No era nada muy popular: apenas asistían algunos alumnos curiosos, otros realmente interesados, chicas con carpetas decoradas, y uno que otro que solo iba por salir de clase. Lo que se esperaría de un evento escolar.

Ese viernes, el sol daba de lleno sobre el patio trasero, donde colocaron un micrófono y una bocina prestada encima de un escenario que a simple vista se notaba que era uno improvisado por el personal.

Aquella chica estaba ahí con su cámara de bolsillo. No tenía intenciones de participar, pero le gustaba grabar fragmentos y editarlos después con música instrumental. Llevaba su libreta de ideas, pero no la había abierto desde que llegó. Observaba desde las sombras de una bugambilia, con su mochila decorada con stickers y recortes de revistas mal pegadas.

Un día fue lo necesario para dar pie a lo que pronto sería una gran amistad. Ese día fue uno de los que más recuerdo por las cosas que vi frente a mí, y quería tener un recuerdo de lo sucedido para que no pudiera olvidarlo.

Esta de aquí soy yo, Alicia, una chica que era conocida por todos por tener un don excepcional. Y cuando lo digo de esa manera lo digo en serio.

Desde pequeña, sentí una necesidad intensa de documentar el mundo que me rodeaba. Usaba libretas con dibujos y frases pegadas de cualquier revista que me encontraba, y más adelante, mis padres me regalaron una cámara para grabar pequeños diarios en video. Debo admitir que fue un gran regalo que me dieron a mis siete años. No siempre supe qué quería decir, pero siempre quise decir algo.

Crecí en un entorno donde la sensibilidad artística era aceptada pero poco comprendida. Por eso, al llegar a internet, encontré un lugar donde mis ideas tenían eco. Fue un poco difícil por la desconfianza de mis padres, pero logré convencerlos de darme mi espacio en la red y ser alguien. Por fin estaba por empezar mi vida como hoy la conozco.

Tenía un primer blog que se llamaba ‟El ángulo invisible” que hice con mi familia, y aunque nadie lo leía, me servía como refugio.

Con el tiempo pasé de ser algo que hacía de vez en cuando a algo que ya hacía todos los días, ahí descubrí que mi pasión era trabajar en las redes, ser alguien que podía ser escuchada sin preguntar tanto, ser esa persona que he deseado ser desde hace tiempo. Y aquí me tienen a punto de grabar un evento que sería recordado por todos, o al menos para mí y mis amigas.

Una chica un poco mayor que yo y que iba vestida con el uniforme de la escuela se acercó sin avisar. Ella no me conocía, ni yo a ella, pero notó mi cámara encendida y se acercó con curiosidad.

¿Trajiste esa cámara para grabar o para no hablar con nadie?

Yo nada más sonreí, incómoda.

Un poco de ambas.

Esa otra chica se quedó conmigo. No se presentó. Solo se sentó a mi lado, mirando el micrófono como si dudara entre acercarse o ignorarla por completo.

Ella es Andrea no fue alguien solitaria por elección, pero desde niña aprendió a ser suficiente para sí misma. Cambios de casa, amistades inestables y silencios familiares la obligaron a observar más que a hablar. Yo no lo sabía, pero en el primer encuentro se podía dar a entender que pasó por esto, no sentía que la volvería a ver después de ese día.

Fue la primera del grupo en explorar la ciudad por su cuenta. Tenía rutas favoritas, rincones que sentía suyos. Descubrió que vestir distinto o comportarse sin pedir permiso la hacía ver fuerte... y le gustó esa imagen, aunque por dentro tuviera muchas preguntas sin resolver. Pronto las respondería con mis amigas, y créanme que esta chica tenía sus cosas ocultas.

Las dos fijamos nuestras miradas al escenario al notar una figura peculiar. A unos metros, otra chica joven terminaba de ajustar un moño negro en su cabello. Había escrito un texto en un cuaderno viejo inspirado en una canción de su tía favorita. Iba a leerlo. Estaba visiblemente nerviosa. Su voz tembló al decir su nombre al micrófono.

Soy Rosa... y esto se llama ‟Retoño.”

Ella es mi hermana Rosa. creció en casa llena de movimientos: voces, música, colores, emociones sin filtros. Es una niña intensa, risueña, que imaginaba finales alternativos para todo. Amaba los cuentos y las historias de amor, pero también las películas donde alguien hacía algo audaz solo por amistad. Creo que por eso ha estado dando su apoyo para mis cosas, y la verdad es que me gusta cuando coopera, hace ver esa parte que tantos conocen y admiran cuando está conmigo.

A veces se le tachaba de exagerada, pero eso no la detenía. Le gustaba sentir fuerte, reír hasta llorar, o llorar por una canción.

Desde siempre buscó personas que la entendieran sin pedirle que bajara el volumen. Ese día logró encontrar tantas personas que la pudieran entender, más de lo que ella esperaba para ser sincera.

Un par de chicos se burlaron desde el fondo, pero Rosa cerró los ojos y leyó de todos modos. La voz le tembló, pero el final fue firme.

Cerca de ahí, otra joven que no estaba en el evento sino en la biblioteca contigua, escuchó la lectura a través de una ventana abierta. Sintió algo distinto en esas palabras, unas que tenían que ser escuchadas de cerca y en frente de quien las dice. Cerró su libro, salió del salón y se acercó. Observó desde lejos. No dijo nada, solo tomó nota mental de todo: el nombre, el tono, el aplauso discreto que siguió.

Y por último, ella es Casandra, amiga de la infancia. Desde muy joven, Casandra se sintió más cómoda en espacios estructurados y donde la música es lo primero. Le gustaban las listas, los horarios, los estuches bien organizados. No porque quisiera controlar a los demás, sino porque eso la tranquilizaba como una chica perfeccionista que es.

Más de una vez fue blanco de bromas por llevar lentes o por su talento con el piano. Pero eso solo la hizo más meticulosa y silenciosa. Siempre fue la que se fijaba en los detalles que los demás pasaban por alto, y aprendió a usar eso como su lenguaje y que ha estado enseñando a nosotras.

Le costaba confiar, pero cuando lo hacía, era de verdad. Deseaba entender el mundo para no sentirse fuera de lugar. Tenía miedo de no encajar, camuflando su temor como perfección.

Lo que no sabía era que Casandra tenía más cosas que mostrar como amigas, y pronto supe que ella fue más que una simple compañera.

Cuando el evento terminó, Rosa bajó del escenario improvisado con el corazón latiendo muy fuerte. Se quedó parada, insegura. Fue entonces cuando yo me acerqué, con la cámara colgada al cuello y aún encendida.

Alicia: ¿Puedo entrevistarte? Me gustó lo que dijiste.

Rosa asintió, sorprendida. Andrea, que no se alejó demasiado de mí, la miró con una ceja levantada.

Andrea: Eso fue valiente

Rosa sonrió como si eso fuera el mejor premio del día, o de su vida como ella pensaba. Casandra llegó unos segundos después, cargando una libreta y un libro.

Casandra: ¿Tú escribiste todo eso? Hubo una frase... ‟el lugar exacto donde no sé si extrañarte o soltarme.” Esa parte.

Rosa abrió los ojos, impresionada de que alguien la citara tan bien. Fue un momento simple, sin aspavientos, pero desde ahí algo se instaló. Las cuatro nos quedamos juntas unos minutos más, hablando sin saber aún que esa sería la primera escena de algo mucho más grande.

Recuerdo que hacía calor, pero no el tipo de calor molesto que todos conocemos, era como si el aire temblara con posibilidades. Yo no pensaba hablar con nadie. Solo quería grabar, fotografiar, hacer algo mío. Pero cuando Rosa se paró a leer... sentí esa electricidad que pasa cuando algo es sincero, propia de una hermana.

A Rosa la conozco desde que tengo memoria, claro. Pero ese día, en el micrófono abierto, fue la primera vez que la vi como alguien fuera de nuestra casa, fuera de nuestras peleas tontas o nuestras confidencias de cuarto compartido.

Yo solo fui al evento para grabar cosas. Me gustaba tener escenas sueltas para mis videos, pero no planeaba hablar. Cuando Rosa subió al micrófono y dijo su nombre, me congelé. No me lo había mencionado. No me pidió ayuda. Lo hizo sola.

Me acerqué después, no como su hermana, sino como alguien que necesitaba capturar eso.

Cuando Andrea se sentó conmigo sin decir palabra, fue como si ya me conociera y sintiera que tenía que estar cerca de mí. Llegó como si hubiera observado todo lo ocurrido desde antes. Y Casandra... bueno, ella apareció como si viniera de otro plano. Observó todo sin perderse nada desde que salió de la biblioteca.

No sé si supe ese día que éramos un grupo. Pero sí sentí que estaba grabando el inicio de algo importante, incluso si no lo entendía todavía.

(Narra Rosa)

Alicia es mi hermana. Me conoce entera. O eso creía. Pero ese día no sabía que iría al evento, ni que me grabaría.

Yo no le dije que iba a leer. No porque yo quisiera, o porque fuera un secreto, sino porque quería hacerlo sin su sombra, sin que pareciera que lo hacía porque ella lo hace.

Subí al micrófono temblando, quería leer ese texto sin llorar, y cuando escuché que se reían, sentí que me iba a quebrar. Pero entonces vi que estaba ahí. Pero en lugar de intimidarme, me dio fuerza. Después vino Andrea, que dijo pocas palabras pero me miró como si entendiera más que todas juntas. Y luego Casandra, que me citó con exactitud. Fue raro, lindo a la vez. Sentí que ese día me dejaron ser Rosa, no solo ‟la hermana de Alicia.” fue la primera vez que sentí que alguien me veía de verdad.

Alicia me pidió una entrevista. Andrea me dijo que era valiente, y no sonó como una frase vacía. Casandra me citó como si mis palabras importaran más de lo que yo quería entender.

Para mí, ese día fue mágico. No por lo que hice, sino por cómo me hicieron sentir. Como si ya existiera un lugar para mí... aunque apenas lo estábamos inventando.

Y tal vez ahí empezó nuestra versión real como hermanas. Y como algo más grande que eso.

(Narra Andrea)

Vi a Alicia primero. Tenía una cámara en las manos y lista para grabar, eso me dio a entender con esa forma de mirar las cosas como si las estuviera editando en su cabeza. Me senté a su lado porque no parecía molesta por estar sola.

Luego vi a la chica del moño. No supe hasta después que era su hermana Rosa, y porque Alicia me contó acerca de ella poco después. Ella subió a leer como si el corazón le estuviera ganando al cuerpo. Pensé: ‟esto no es una actuación.” Era alguien hablando en serio, incluso si temblaba un poco.

No suelo recordar eventos escolares, ni siquiera fui a este por gusto, quería salir del salón, alejarme del ruido, de la rutina. pero todo lo que vi ese día lo cambió. No por lo que pasó, sino por lo que sentí. Que había algo en esas chicas que no se veía en los pasillos. Que no querían gustarle a todos. Solo conectar.

Casandra llegó más tarde, como quien aterriza después de haber leído todo desde las nubes. No fue casual. Algo nos empujó a ese punto.

(Narra Casandra)

No estaba en el evento, estaba en la biblioteca leyendo acerca de partituras para un concierto, creo. La voz de una chica hizo que me detuviera. La misma voz hizo que saliera a ver qué pasaba. Me detuvo una frase. Fue Rosa. Había algo crudo, como cuando alguien escribe sin pensar si lo leerán o no.

Me acerqué y vi a Alicia con una cámara. Ya había visto sus videos, la conozco y a su hermana desde que tengo memoria. Andrea tenía esa actitud de ‟no necesito estar aquí, pero estoy.” Y Rosa estaba parada como si no supiera si quedarse o salir corriendo.

Lo curioso es que no parecían un grupo aún, pero sí parecían estar esperando a las personas correctas para serlo. Haberme acercado con ellas esa vez fue una de mis mejores decisiones.

Me acerqué y cité una frase de Rosa. No lo hice para impresionar, lo hice porque sabía que si no lo decía en ese momento, me arrepentiría. Todo lo demás, vino después. Pero ahí empezó la partitura.

Fue un momento corto, pero lo tengo guardado. No como algo grande. Más bien como una pequeña nota al margen que después se volvió capítulo.

(Vuelve a narrar Alicia)

Y así fue como nos fuimos acercando poco a poco tras ese primer encuentro, no como una amistad repentina, sino como una conexión que se fue tejiendo a través de momentos cotidianos, silencios compartidos y pequeños gestos que fueron creando nuestra confianza.

Después del micrófono abierto, un miércoles, subí a mi blog una entrada corta titulada: ‟Cuatro formas de quedarse después del aplauso.” Incluía una captura borrosa de Rosa bajando del micrófono, otra de Andrea cruzada de brazos en las gradas, y una última imagen tomada casi por accidente donde Casandra aparecía al fondo, enfocada y lejana. No las nombré, no expliqué, pero Rosa sí lo notó.

Rosa: ¿Eso es sobre nosotras?

Alicia: Es lo que vi

No discutimos más. Sabíamos que sí.

Casandra seguía yendo a la biblioteca todos los jueves. Un día encontró una hoja doblada dentro de un libro que yo había dejado. No tenía firma, pero reconoció el estilo. Era un texto sin título que decía: ‟A veces siento que no sé cómo ser sin grabarlo. Como si dejar algo sin registrar lo hiciera menos real.” Casandra me devolvió la hoja días después con una nota escrita a lápiz al margen: ‟Pero eso no significa que no haya pasado. Tal vez lo real no necesita archivo.” No lo hablamos en voz alta. Pero desde ese momento, Casandra empezó a quedarse con nosotras un poco más después de clases.

Un viernes, Rosa apareció con tres helados en la mano.

Rosa: *mintiendo* Compré uno de más por accidente

Casandra y yo ya estábamos ahí. Andrea pasaba de largo, con los auriculares puestos y la gorra a un lado.

Rosa: *gritando* ¡Andrea! ¿Quieres uno?

Andrea se detuvo. Dudó. Luego se encogió de hombros.

Andrea: Si insistes.

Nos sentamos juntas por primera vez sin que fuera en un evento. Andrea no hablaba mucho, pero ese día soltó una carcajada con algo que Rosa dijo. Yo grabé la risa, sin que se notara. Casandra lo supo, pero no lo dijo.

Esa noche, creé un grupo en MSN Messenger. Sería el punto de inició para lo que vendría después, el inicio de una amistad que duraría tanto tiempo como lo podía imaginar. Fue una de las mejores decisiones que tomé ese año. Y sí, tenía un nombre el grupo.

[Anónimas.mp3]

Rosa: ‟¿Por qué mp3?”

Alicia: ‟Porque no sé si somos video, palabra, o sonido. Pero algo estamos grabando igual.”

Casandra solo respondió con un emoji hecho de texto: ^-^

Andrea, horas después: ‟Dejen el drama. Me gusta.”

Desde ahí, empezamos a hablar de tareas, ropa, canciones nuevas y cosas sin importancia... Pero era en ese espacio donde todo lo importante empezaría a nacer.

Un sábado por la noche. Las cuatro estábamos en mi casa de pijamada. El plan era ver películas, pero terminamos acostadas en el piso de la sala, rodeadas de cojines, un tazón de papas a medio comer y una lámpara de lava encendida como la única luz del cuarto.

Eran casi las 2 de la mañana. Nadie quería ser la primera en quedarse dormida. Todas teníamos un tema del cual hablar entre todas y siempre escuchábamos a cada una para dejar nuestra opinión. Hasta que, de pronto, mi hermana soltó una pregunta.

Rosa: Si pudieran borrar un solo recuerdo... ¿lo harían?

Casandra: No sé si querría. A veces los que más duelen son los que más enseñan

Alicia: *jugando con su cabello* Yo pensaba eso, pero... hay uno que a veces todavía me da vueltas. No porque duela. Sino porque no sé si lo entendí en realidad

Hubo una pausa. Todos volteamos a ver a Andrea, que ha estado mirando el techo todo el rato.

Andrea: *en voz baja* Yo no borraría nada. Pero tampoco conté todo

Todas giramos hacia ella, sin hablar. Andrea rara vez inicia una confesión, pero esa noche contó algo que no esperaba que dijera en un momento como este, y menos en un tono como lo dijo aquella vez.

Andrea: *sin mirarlas directamente* Cuando era más chica, nos mudábamos todo el tiempo. Por trabajo de mi mamá, o porque no alcanzaba. Nunca terminé un ciclo completo en la misma escuela. Siempre era la nueva. La que ya sabía que no iba a quedarse. Así que aprendí a no encariñarme. Ni con gente. Ni con lugares. Hasta que, sin darme cuenta, ya no sabía cómo hacerlo, incluso cuando quería.

Hubo un enorme silencio. Nadie interrumpió ni quiso hablar.

Andrea: *con un intento de sonrisa* Ustedes me caen bien, y mucho. Y eso me da miedo, la verdad. No sé qué se supone que se hace cuando una sí se quiere quedar.

Yo solo me incorporé un poco. Rosa se le acercó como si quisiera abrazarla, pero no lo hizo aún. Casandra se sentó y dijo, con suavidad:

Casandra: No tienes que hacer nada. Solo estar aquí como lo deseas. Y si un día te vas... no te borraremos.

Alicia: No somos como las otras mudanzas. Aquí hay copia de seguridad.

Andrea se había reído, bajito, pero era una risa que daba ternura al oírla. Rosa la abrazó por fin.

Rosa: Ya te quedaste. Solo no te habías dado cuenta.

Y así, en esa madrugada tibia, con el zumbido tenue de la computadora en espera, Andrea se permitió quedarse por primera vez. Pero en los días siguientes también tuvimos nuestras confesiones, cada una revelando una parte verdadera de nosotras.

Una tarde cualquiera en mi casa. Las cuatro estábamos editando un video que grabamos juntas. Rosa y Casandra se rieron viendo una toma donde yo estaba titubeando frente a cámara.

Rosa: ¡Esa parte no la pongas!

Alicia: ¿Por qué? Me hace ver más humana.

Casandra: No es eso. Es que tú nunca tartamudeas frente a cámara.

Yo solo me quedé en silencio unos segundos. Luego cerré la laptop y respiré hondo.

Alicia: ¿Saben qué es lo más raro? A veces siento que soy más yo cuando estoy editando que cuando estoy frente a ustedes. Como si me sintiera más cómoda siendo esa versión de redes que todos conocen. *había un silencio pesado* No lo hago por engañar. Solo... porque no sé si alguien querría ver lo que soy sin edición.

Andrea puso una mano en mi hombro mientras me daba una sonrisa sincera como mis otras amigas.

Andrea: Yo quiero. Y no necesito que cortes nada.

Casandra sonrió. Rosa me pasó una liga para que me recogiera el cabello y me dijo:

Rosa: A mí me gustas hasta cuando repites palabras. Así te reconozco más, hermana.

Yo solo reí bajito. Esa noche no editamos más, solo fuimos nosotras y ya.

(Narra Rosa)

Ese mismo día, durante la tarde en la que hubo fotos, yo me quedé sola con Casandra mientras las otras dos fueron por bebidas. Estábamos sentadas en la banqueta, viendo cómo caía el sol y oscurecía.

Casandra: ¿Siempre sonríes así, o a veces te cansas?

Rosa: *tras un breve silencio* Me canso. *Pausé por un segundo* A veces me esfuerzo tanto por que me quieran y valoren mi esfuerzo, que a veces me olvido de lo que yo quiero. Me gusta hacer sentir bien a los demás... pero a veces me asusta el hecho de que sea lo único que me define.

Casandra: Tú no eres lo que das. Eres lo que eliges compartir.

Rosa: *mirándola* ¿Y si un día no tengo nada bonito que compartir?

Casandra: Entonces me quedaré para lo feo. No necesito moños. Solo saber que estás.

No le respondí. Solo la abracé, como quien encuentra un refugio sin pedirlo.

(Narra Casandra)

Una tarde lluviosa, y después de lo que sucedió con mis amigas. Se fue la luz en casa de Andrea, así que las cuatro nos quedamos ahí, con velas y té. La conversación giró en torno a lo que más miedo nos daba de pequeñas. Cuando llegó mi turno, tardé en hablar.

Casandra: Mi miedo era quedarme encerrada. *Me detuve por un rato* No en un lugar... en mí.

Las otras tres guardaron silencio. Supe entonces que estaban dispuestas a escucharme, así que seguí.

Casandra: Siempre fui la que sacaba buenas notas, la que no causaba problemas. En mi casa eso era lo más cerca que tenías de cariño: hacer las cosas bien. No me preguntaban cómo me sentía. Solo si ya terminé la tarea. No sé cuándo aprendí a estar tan sola... pero aprendí. Y a veces me cuesta salir de ahí, incluso cuando ustedes están cerca.

Rosa: *con voz suave* Bueno... Te vemos. Hasta cuando no hablas.

Alicia: Y te quedas igual, aunque no hagas o no termines nada.

Andrea: *quitándose su gorra* Podemos quedarnos contigo ahí dentro, si quieres.

Esas palabras me hicieron sonreír, y con los ojos húmedos. No dije nada más. Pero desde entonces, empecé a quedarme un poco más tarde cuando estamos juntas.

(Narra otra vez Alicia)

No solo hemos guardado recuerdos, todas nuestras experiencias funcionan como un espejo emocional donde depositamos pequeñas partes de nosotras, fragmentos que a veces no nos atrevemos a decir en voz alta pero que deseamos preservar. Para eso recurrimos a un gran elemento que se volvería importante para todas con el tiempo.

Durante la siguiente noche, en mi casa como punto de reunión, cuando todo quedó en silencio y ninguna quiso romper el momento, Rosa sacó de su mochila una pequeña y vieja caja de cartón. Había sido parte de un regalo suyo, decorada con flores pintadas a mano.

Rosa: *en voz baja* ¿Y si guardamos aquí todo lo que queremos que no se pierda? No lo que subimos, sino lo que sentimos. Lo que no cabe en fotos ni videos.

Yo propuse que cada una metiera algo que no estuviera en ninguna red ni en ningún archivo digital. Algo solo para ellas.

Desde entonces, la caja se volvió una especie de ritual privado. Nadie la abriría sin las demás. Nadie explicaría todo lo que dejamos ahí. Pero todas sabemos que cada objeto guarda algo de verdad.

Por ejemplo yo. Metí una foto desenfocada que tomé con una cámara y que nunca subí porque no cumplía con ‟el estándar.” Para mí, esa foto mostraba algo que ninguna otra capturaba: un instante sin pretensión.

Andrea metió un papel arrugado con tres frases escritas a mano, tachadas y reescritas con un marcador de cera roja. Nadie ha preguntado qué dice. Ella no ha dicho si fue parte de una carta nunca enviada.

Rosa puso moño rosado deshecho. ‟Era de cuando no me sentía bonita, pero igual lo usé porque ese día me reí con ustedes”, explicó una vez, en tono casi de broma.

Casandra dejó un boleto de autobús, casi borrado. Un día me lo mostró y me dijo: ‟Ese fue el día que decidí ir en dirección contraria a lo que esperaban de mí.” Aunque bueno, por donde vivimos los autobuses no usan boletos.

Todo salió bien. Era el comienzo de una gran tradición para nosotras como un grupo de amigas, y eso pude ver con las risas y comentarios que dejaban a mis espaldas. Solo habían unas reglas que teníamos que seguir si queríamos seguir con la tradición.

  1. Nada digital. Solo cosas físicas, aunque parezcan mínimas e irrelevantes.
  2. No abrirla solas. Siempre entre las cuatro. Si una falta, se espera sin importar el tiempo que pase.
  3. No se obliga a explicar. Pero si alguien quiere contar la historia detrás de lo que guardó, las otras escuchan sin juzgar.
  4. Nunca se vacía. Lo viejo no se saca, aunque se agregue algo nuevo.

Antes de cerrar esa noche me quedé mirando la caja un rato. Todas ya estaban dormidas cuando lo hice. Sabía que hacía falta algo más, algo que fuera un recuerdo de lo que hicimos esa noche, y no lo pensé más. Tomé la tapa de la caja, y con un marcador escribí algo que sería la marca de esta caja.

‟Esto no es un archivo. Es una habitación con ventanas.”

Lo admito, ese año tuvimos los mejores momentos juntas, fueron unos días tan alegres que adoro recordar con los ojos llenos de lágrimas de nostalgia. Me hubiera encantado volver a ese año para volver a recordar esas experiencias que tuve con mis amigas, días tan alegres que parecen tan alejados de mí... Hasta que llegó ese día.

El grupo comenzó a desgastarse lentamente. No por traición ni por peleas abiertas... O al menos eso no fue al principio, sino por lo que no se dijo a tiempo. Cambios internos, nuevas prioridades, silencios que crecieron, y una situación inesperada que terminó alejándonos.

Yo me volví más exigente con mis proyectos. En mi deseo por crear algo que trascendiera, comencé a grabar más, editar más, dirigir más. Todo lo hacía sola. Algunas veces sin pedir permiso de alguien. Las demás empezaron a sentirse más como parte de los videos que como mis amigas.

Andrea comenzó a cerrar puertas. Cuando sintió que se estaba volviendo demasiado vulnerable con el grupo, retrocedió. Respondía menos. No asistía a las reuniones. No contestaba las llamadas ni los mensajes. Empezó a hacer silencio como protección, aunque no lo explicara.

Rosa sintió que ya no era escuchada. Emocional como era, notaba la tensión, pero cuando intentaba hablarlo, las demás parecían evitar el tema. Se volvió más insegura, sintiendo que cualquier paso en falso haría que la dejaran fuera. Siempre la veía con los ojos llenos de lágrimas.

Casandra se enfocó en otras cosas. Ingresó a un curso avanzado de música que absorbía casi todo su tiempo. Lo justificó con lógica, pero en el fondo, le dolía ver cómo el grupo se deshacía y no poder detenerlo.

Pero todo eso fueron solo cosas pequeñas comparadas a lo que pasó después. Fue el mayor error que cometí en toda mi vida. Y aún me sigue doliendo haberlo hecho.

Un día, subí a mi blog un video que contenía momentos íntimos del grupo: confesiones, tomas sin contexto, escenas grabadas cuando pensaban que la cámara no estaba filmando.

No tenía una mala intención haciendo esto. Quería mostrar lo real. Pero no pedí permiso. Todo terminó mal cuando ellas se dieron cuenta del error que cometí.

Andrea se sintió expuesta.
Rosa, traicionada.
Casandra, invadida.

No hubo pelea. Solo respuestas cortas. Mensajes no contestados. Planes cancelados. El grupo de chat quedó en silencio; así se quedó por un largo tiempo que me cuesta recordar.

Me cuenta mi hermana que por las noches me oía llorar en mi cuarto, lamentándome por haber hecho eso y pidiendo que vuelvan a mí y perdonarlas por eso. Pero sabía que ellas no querían saber nada de mí luego de cometer ese error, y eso era lo que más me quemaba por dentro, saber que por un descuido terminé perdiendo a las que más quería.

Durante ese año no hubo llamadas. No hubo mensajes. No hubo salidas juntas... Nada. Todo fue tan diferente desde que nos separamos, y eso notamos a los pocos días de lo sucedido.

Seguí editando sola, pero no volví a subir nada personal.

Andrea se aisló aún más, pero pensaba en nosotras más de lo que admitía.

Rosa probó hacer nuevos amigos, pero ninguno entendía cómo ella se comunicaba con las otras.

Casandra lo archivó todo, como quien guarda un libro en el estante más alto o en un cajón sin saber si algún día lo abrirá de nuevo.

En todo este tiempo estuve pensando en esta ausencia que me invadía. Sentía que fui demasiado cálida con ellas hasta que se separaron, necesitaba pensar mejor lo que fui antes y lo que soy ahora. No podía hacerlo en casa ni en las redes. Tenía que despejar la mente para poder dar el siguiente paso, y mi única opción era salir un rato al exterior.

En ningún momento saqué mi celular. No lo necesitaba. Salí como si algo me empujara desde adentro. No busqué dirección. Caminé. Solo eso.

Pasé por la avenida donde Andrea me mostró por primera vez cómo ignorar el miedo. Por el callejón donde Rosa me hizo reír cuando más lo necesitaba. Por la tienda donde Casandra y yo casi nos peleamos por una tontería y luego nos quedamos viendo galletas durante media hora.

Caminar fue recordar sin querer. Cuando me di cuenta, estaba frente a una casa vieja. A medio construir. A medio abandonar. A medio olvidar. No sé por qué vine aquí.

Entré atravesando la cerca de alambre que estaba rota. Los escalones crujían y el aire olía a polvo, concreto mojado y madera vencida. Pero había algo acogedor en el silencio del lugar. Como si no me juzgara. Como si pudiera decir lo que quisiera, aunque fuera solo en mi cabeza.

Me senté en el marco de una ventana sin vidrio. Desde ahí, todo se veía más claro. Aunque el cielo se hiciera cada vez más oscuro.

¿De verdad fui una buena amiga?

Lo pensé sin amargura. Solo con esa duda que nunca se va. Yo creí que sí. Les di mi cariño como pude. Fui atenta. Escuché. A veces hablé de más. A veces me alejé cuando debí quedarme. No lo hice perfecto, pero nunca fue por no quererlas.

Casandra me enseñó a no tenerle miedo al orden. Rosa me enseñó a no tenerle miedo al caos. Andrea... Andrea me enseñó a no tenerle miedo a mí.

Y aún así, todo se rompió.

Pero aquí, entre paredes sin terminar, me doy cuenta de algo: Nada de eso desapareció. Todo lo que vivimos sigue en mí. Sigue en mis gestos, en mis palabras. En la forma en que recuerdo.

Cierro los ojos. Las imagino riendo. Fastidiándose entre ellas. Tomándome del brazo como si nada pudiera separarnos.

Todavía están aquí. No físicamente. No en el presente. Pero están. Y si yo sigo aquí, es por ellas también.

Me levanto. El polvo se sacude fácil. No tengo una respuesta definitiva.
Pero tengo el inicio de una. Y quizá, con eso, basta.

Estuve mirando a la nada. Un minuto. Quizá más. Solo estaba ahí sentada, con las piernas colgando por el marco, el viento soplando apenas, y los sonidos del mundo filtrándose a lo lejos, como si no quisieran interrumpirme.

Los recuerdos llegaron en orden desigual:

La primera vez que Rosa me abrazó como hermanas y amigas de toda la vida.
La mirada que Andrea evitaba cada vez que decía algo que sentía de verdad.
Casandra, sentada frente a una libreta, trazando ideas que apenas entendía pero sabía que eran importantes.

La primera vez que estuvimos juntas, sin saber aún que eso iba a ser algo. El parque, los días de lluvia, los silencios largos y cómodos. Las pequeñas escenas que nadie más vio, pero que para mí lo eran todo.

Y entonces bajé la mirada. Vi el interior de la casa: las paredes a medio pintar, los cables colgando, el eco de un lugar que no fue terminado. Un espacio incompleto, sí, pero lleno de potencial.

Y ahí llegó. Como un parpadeo que dura lo justo. Como una chispa que se enciende adentro.

Un proyecto que alguna vez empezamos a grabar y que quedó archivado, inconcluso. Una idea que teníamos juntas y que no supimos terminar. Porque en ese momento no estábamos listas.

Pero ahora... Ahora no estaba segura de nada, excepto de esto. Tenía que intentarlo. No como antes. No por likes ni por estética. Sino como una forma de juntar lo que había quedado suelto. Un puente. Un gesto. Una señal. Una manera de decir ‟todavía las llevo conmigo.”

Me levanté. Saqué mi teléfono al fin y tomé una foto del interior de la casa. Solo para recordar que lo inacabado también puede tener belleza.

Caminé de regreso sin apuro. Esa noche era como cualquier otra con la oscuridad, los ruidos que apenas podía oír y el viento frío que tocaba mi rostro. Habían tantas cosas normales, pero en mí habían tantas cosas que tenían que mostrarse en todos lados. Sabía que no podía forzar nada. Pero también sabía que, si algo iba a comenzar de nuevo, tenía que ser con honestidad.

Y mi idea sería eso. Un pedazo de verdad con ellas.

A pesar de todo lo que pasó, no decidí quedarme con los brazos cruzados. Si quería volver a verlas, tendría que preparar algo para que pudieran perdonarme. Decidí mostrarles un video que nunca terminé: uno nuevo, hecho con calma, solo con recuerdos compartidos y sin nada robado.

Sería una carta, una llamada, o una invitación sencilla (como quieran verlo), era suficiente para que, por primera vez en un año, todas digan ‟sí.”

El primer paso era mandar un mensaje para reunirlas. No debía ser de inmediato, tenía que ser paciente. Cada una respondió desde su lecho emocional después de un año sin hablar. Lo importante fue que todas dijeron que sí, a su modo:

[Anónimas.mp3]

Asunto: Si aún guardan algo de esto...
Texto:

Hola. No sé si este mensaje va a incomodar o a llegar tarde.
Pero encontré algo entre mis archivos.
Un video que nunca subí. Uno que no les mostré. Uno que es solo para nosotras.
Quiero mostrarlo. Solo eso. No hay plan, ni presión.
Si quieren venir, será el sábado. Mismo lugar. Mismo rincón.
No se preocupen si no pueden.
Pero si vienen... prometo que no grabaré nada.

-A.

Cuando leí las respuestas, supe entonces que todo estaba por salir bien. Tenía una felicidad que tuve que contener porque no sabría realmente lo que pasaría después. Solo mantuve la calma y prepararía todo para el reencuentro con mi hermana, ella también estaba contenta por la idea. Ella y yo nos habíamos perdonado tiempo atrás, y volvió a apoyarme en todo momento, y esta vez daría lo mejor que pudiera.

Una hora después de haber mandado el mensaje, la primera respuesta fue sorprendentemente rápida.

[Anónimas.mp3]

Andrea: ¿Misma hora también? 🕑
Voy. Pero no me hagas hablar primero.

(Sonreí al leerlo. Sabía que ese ‟voy” significaba más de lo que dice.)

(Al día siguiente, después de escribir y borrar varias veces, alguien más escribió como respuesta a Andrea.)

Rosa: Lo leí y me temblaron los dedos.
No porque te odie, Andrea. No puedo.
Sino porque no sabía si volver a verte me iba a doler o a sanar.

Pero quiero verlo.
Quiero ver lo que quedó.
Y también verlas a ustedes.

-R

(Tres días después. Ella fue la última en llegar.)

Casandra: Supuse que este momento llegaría. Me preparé para ignorarlo.
Pero no pude.

Nos vemos el sábado...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario




El Post del Momento

King Kong (2005) | Clásicos - Número 5

El concepto de una isla misteriosa donde habitan seres que nadie sabía que existían es algo que lleva existiendo desde hace mucho, Es un for...

Lo Más Visto